Gran Fisura

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La Gran Fisura, también llamada Cicatrix Maledictum, el Camino Carmesí, la Boca de la Ruina, la Cicatriz Disforme, el Dathedian, la Sonrisa de Gorko y Mont'yhe'va ("la Devoradora de Esperanzas", en lenguaje Tau), es una enorme fisura Disforme que atraviesa la galaxia desde el Ojo del Terror, en el Segmentum Obscurus, hasta el Golfo de Damocles, en la Franja Este del Segmentum Ultima, pasando por el núcleo galáctico y el Torbellino.

La Gran Fisura, también llamada Cicatrix Maledictum, el Camino Carmesí, la Boca de la Ruina, la Cicatriz Disforme, el Dathedian, la Sonrisa de Gorko y Mont'yhe'va ("la Devoradora de Esperanzas", en lenguaje Tau), es una enorme fisura Disforme que ...

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Mapa de la Galaxia a Partir del Año 999 del Milenio 41

Historia

Cuando la Cicatrix Maledictum atravesó rugiendo la galaxia, trajo consigo una terrible oscuridad que cayó como una mortaja sobre gran parte de los dominios del Emperador. Pero mientras esa profana negrura empezaba a extenderse de sistema en sistema, un puñado de valerosos héroes y poderosos campeones lucharon para mantener viva la llama de la esperanza. Los registros de ese turbulento periodo están fragmentados, llenos de alegorías y desordenados por catastróficas distorsiones temporales, pero en general se acepta que el destino de la galaxia quedó sellado en Cadia.

Al unir las diversas facciones del Ojo del Terror, Abaddon el Saqueador llevó la ruina al mundo que había sido su némesis durante milenios. Los héroes más poderosos del Imperio se le opusieron, entre ellos Belisarius Cawl, Santa Celestine y la Inquisidora Katarinya Greyfax, pero aunque sangraron en defensa de Cadia, también ellos fueron superados y perseguidos hasta el gélido mundo de Klaisus. En Cadia, Abaddon derribó los misteriosos pilones geométricos que salpicaban las ventosas llanuras, y al hacerlo debilitó la barrera entre las dimensiones, pues estos antiguos megalitos habían sido creados para mantener la energía del Caos fuera de la dimensión material. Sus agentes repitieron este acto en todos los mundos que albergaban estas estructuras. Sin estos puntos clave para mantener inviolada la dimensión material, las tormentas Disformes desgarraron la galaxia de parte a parte.

Entretanto, la civilización de los Eldars sufrió su mayor agitación en milenios, pues de entre las filas tanto de los habitantes de los Mundos Astronave como de los Drukhari surgieron los Ynnari, una nueva facción de sombríos guerreros que seguían a su deidad recién nacida, Ynnead, por una senda radical que creían que derrotaría al Caos y haría resurgir a la raza Eldar. Empujados por el destino o las circunstancias, los Ynnari ayudaron a Cawl, Celestine y Greyfax en su hora más oscura, y juntos, estos campeones de la luz se abrieron camino a través de sus enemigos hasta Ultramar.

Sin importar la confusión o las divergencias entre los relatos de este tiempo, todos coinciden en un dato: en Macragge, en el corazón de la Fortaleza de Hera, estos extraños aliados obraron un milagro. Roboute Guilliman, Primarca de los Ultramarines, renació. Revestido con el atuendo de la guerra, el Señor de Ultramar expulsó a las huestes heréticas de su sistema natal y les obligó a emprender una frenética retirada. Después emprendió un desesperado peregrinaje a bordo de una flota que surcó la Disformidad mientras las tormentas que se convertirían en la Gran Fisura se agitaban a su alrededor. La Cruzada Terrana luchó a través de llamas y furia, y Guilliman derrotó a los campeones más poderosos de cada uno de los cuatro Dioses del Caos hasta lograr pisar Terra. Allí comulgó en solitario con su padre, el Emperador de la Humanidad, y el Primarca emergió de ese encuentro con un nuevo propósito sombrío.

Una reacción en cadena de desgarros dividió toda la galaxia, dejando tras de sí una cicatriz pulsante de puro Caos. Le siguió la Noctis Aeterna, un periodo en el que el Astronomicón fue devorado, perdido entre la agitación de la tormenta. Durante algún tiempo, quizá días, meses o años, solo se vieron destellos intermitentes, como si el mismísimo Emperador estuviera enfrentándose a la tormenta. Para la mitad de la galaxia, el Astronomicón regresó, aunque ahora era propenso a parpadear. En cambio, para los que estaban en el norte galáctico, conocido como el Imperium Nihilus, la luz del Astronomicón se había ido, dejando a los Navegantes ciegos en la Disformidad, y a los mundos imperiales de la región perdidos y aislados en la oscuridad.

El terror se apoderó de cientos de miles de planetas, que lanzaron comunicaciones a la desesperada, hasta quedar en silencio. Miles de millones de escribas y eruditos buscaron respuestas. Investigaron durante mucho tiempo los registros abandonados, abriendo incluso las criptas más antiguas. No hallaron ninguna explicación ni consuelo, tan solo algunas comparaciones aisladas. La Tormenta de Ruina ya había partido por la mitad la galaxia durante la Herejía de Horus, pero solo en otra ocasión había quedado la Humanidad tan dividida como entonces: la Era de los Conflictos. Su sola mención causaba escalofríos. Poco se sabía de aquella era de pesadilla, ya que era anterior al Imperio, pero los fragmentos conservados aludían a un momento en que la historia casi terminó, en que la Humanidad resultó casi destruida y sus pocos supervivientes fueron esclavizados o reducidos a la barbarie.

Durante un tiempo, la Gran Fisura amenazó con destruirlo todo. Sus movimientos agitaban la realidad como un seísmo. La galaxia se rompía en dos. Todas las criaturas vivientes quedaron estupefactas, y luego una oleada de terror las sobrecogió. Aquellos con dotes psíquicos fueron quienes peor lo pasaron, pues las energías de la Disformidad se derramaron en el espacio real. Para muchos, fue su condena. Incontables miles de millones murieron y su agonía se sumó a la cacofonía que gritaba en cada mente viva.

Una grieta siguió a otra. Una cicatriz turbulenta de Caos puro y pulsante casi separó la galaxia en dos. Desde la Anomalía Hadex en el centro de la Brecha Jericho, en la Franja Este, hasta el sistema más alejado del Segmentum Obscurus, en el noroeste galáctico, latía una nueva presencia horrible. Era un agujero que desgarraba las costuras de la realidad a una escala inimaginable. El Ojo del Terror, la más grande de todas las fisuras Disformes previamente conocidas, se convirtió en una pequeña fracción de esta enorme brecha. Las tormentas que brotaron del vacío barrieron todos los rincones de la galaxia. Ninguna astrocomunicación pudo transmitirse desde ninguno de los millones de planetas imperiales. Solo los mundos que compartían un sistema estelar podían permanecer en contacto, e incluso eso falló durante las crisis de furiosas tempestades. Se desconoce el número de planetas del Imperio que se perdieron, pero durante un tiempo todos se quedaron solos. Incluso la baliza guía del Astronomicón, alimentada por la luz del Emperador, parpadeó y se desvaneció.

En el periodo que siguió, las réplicas psíquicas sacudieron la galaxia, y la propia realidad luchó por recuperarse del horrible trauma. Con el tiempo, quienes no fueron devorados por las tormentas Disformes ni estaban demasiado cerca de los dañinos efectos de la Gran Fisura descubrieron que los Astrópatas podían transmitir mensajes interestelares de nuevo, aunque el riesgo de incursión demoníaca era mayor que nunca. Se lanzaron cruzadas para restablecer el contacto con los sistemas estelares lejanos y retomar lo que podía ser reconquistado. La más exitosa fue la Cruzada Indomitus (la cual hablare en un futuro), dirigida por Roboute Guilliman. El Primarca había recuperado su título de Lord Comandante del Imperio, y allí donde viajaba, devolvía la fe. Sin embargo, ningún mensaje y muy pocas naves podían cruzar la nueva e infernal barrera que partía la galaxia.

Con la Gran Fisura, el Imperio de la Humanidad, siempre fracturado, quedó roto, con sus mundos más alejados más aislados que nunca antes. Pero resiste. Las banderas de la miríada de ejércitos de la Humanidad todavía ondean en innumerables planetas.

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