Adeptus Mechanicus: El Verdadero Dios Maquina

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El último cierre de seguridad se liberó con un silbido del sistema neumático y la enorme puerta se abrió pesadamente mientras toda una serie de contrapesos y suspensores equilibraban su increíble masa. El Tecnoadepto Phineus Roche dio un paso hacia atrás para evitar la puerta que se abría y estrechó nerviosamente la tabla de notas contra su cuerpo. Los pretorianos a ambos lados de él se le acercaron y le apuntaron con sus enormes armas de fuego, mirándolo fijamente a través de sus inexpresivos rostros y haciendo que el joven sacerdote del Omnissiah se sintiera intimidado. Realmente, ¿era el hombre al que estaba a punto de ver tan peligroso como para que sus carceleros tuvieran que tomar aquellas precauciones? Un adepto vestido con una túnica escarlata, con la cara cubierta por una masa de implantes cibernéticos, apareció por la puerta con las manos entrecruzadas ante él. Por la espalda le sobresalía una masa de mecadendritos ondulantes que se balanceaban en el aire como serpientes hambrientas.

Phineus recordó las órdenes que le había dado su mentor, el Archimagos Mordekai Holatas, y se humedeció la boca, pues se le había secado repentinamente. En aquel momento maldijo a su débil materia orgánica por haber delatado su desasosiego de aquella manera. Phineus pensó en la forma gruesa y mecanizada del Archimagos, unido para siempre a su templo-forja, con los pocos componentes orgánicos que le quedaban fusionados a la maquinaria arcana del Omnissiah, que lo mantenía con vida. Algún día, él esperaba poder ascender hasta el mismo nivel de mecanización de que gozaba su patrón para poder sentir a su alrededor el palpitar del corazón de todo un planeta, en armonía con los sutiles ritmos de los espíritus de la máquina que rodean los templos de Marte. Hizo una reverencia al adepto de rango superior que se encontraba ante él.

—He venido para interrogar al adepto hereje Corteswain —se limitó a anunciar Phineus esperando que su tono de voz hubiera sonado suficientemente respetuoso—. He sido informado de que este sujeto podría poseer información útil en relación a ciertos incidentes que han tenido lugar recientemente y para los que mi señor desearía encontrar una explicación.

Phineus se sintió satisfecho de lo bien que había logrado formular su modesta declaración acerca de sus propósitos. Los detalles de dichos incidentes habían despertado un recuerdo en el descomunal almacén de conocimiento que tenía el Archimagos por cerebro y, por esa razón, se le había asignado a Phineus la misión de interrogar a un hombre del que nunca había oído hablar y cuyo pasado le era totalmente desconocido. Durante un segundo, se preguntó que tipo de herejías habría cometido aquel hombre para merecer tal encarcelamiento.

El adepto asintió con la cabeza: no existía otra razón para querer visitar aquel lugar. Después, indicó a Phineus que lo siguiera a través de la puerta con una voz monótona y áspera salida de una garganta que ya no era del todo orgánica.

—Soy el adepto Kurstobal y a partir de ahora, deberá seguir estas reglas: no le está permitido acercarse al campo de energía de la celda y no podrá llevarse ningún tipo de información obtenida a partir de lo que diga el prisionero —le avisó Kurstobal. Luego, le tendió el brazo para que Phineus le entregara la tabla de notas. Phineus accedió a dársela con evidente reticencia, pero con la certeza de que los engramas de grabación de sonidos implantados en su corteza cerebral lograrían registrar aquella sesión mejor de lo que él llegaría a hacerlo nunca.

Phineus entro pasando junto a Kurstobal, pero los mecadendritos de este aparecieron como látigos por detrás de su espalda y le bloquearon el paso.

—Las lecturas cibernéticas nos indican que su cráneo contiene implantes prohibidos en este lugar. Deberá desactivarlos antes de entrar.

—¿Qué? —exclamó Phineus indignado—. ¡Esto es inadmisible! ¡Vengo de parte del Archimagos Mordekai Holatas, Portador de la Luz Sagrada!

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