El vocooperador Mendaxis permanecía silencioso, solemne, envuelto en las sombras de un pozo de comunicaciones del cavernoso puente de la Roca. En torno a él, los servidores parloteaban y las runas destellaban. Los pergaminos se desenrollaban, mostrando datos de las naves de guerra que entraban en la órbita de los mundos de Fenris.
Los siervos recogían estos pergaminos a manos llenas, pero Mendaxis conservaba su digna quietud entre aquel bullicio. El deber del senescal encapuchado era aguardar las palabras del semidiós entronizado sobre él. Después de todo, el Supremo Gran Maestre Azrael afrontaba una situación de suma dificultad y era vital que sus órdenes no se malinterpretaran en modo alguno.
Mendaxis ahogó una risita, cerciorándose de que los siervos no se hubieran percatado. No, seguían afanados en sus tareas. Estúpidas reses de mirada perdida. Al fin y al cabo, así eran la mayoría de los humanos: pomposos, escrupulosos, estrechos de miras y gobernados por sus miedos. No era de extrañar que alguien como él pudiera mangonearlos a su antojo.
El vocosenescal se ajustó las ropas y se estiró para aliviar un calambre en el cuello, poniendo cuidado de no forzar su carne de modo antinatural. Tan limitado, pensó con enojo. Pero eran muy fáciles de vestir, como Mendaxis había demostrado en las semanas anteriores. ¿Quizás había sido el Hermano Dolutas, una trágica baja del ataque de los Wulfen, y ausente del Apothecarion de los Ángeles Oscuros? ¿O tal vez el Maestro Astrópata Asconditus, tergiversador de misivas y voz del consejo?
Otra risita amenazó con surcar el rostro de Mendaxis y éste hubo de reprimir aquella sensación. Se había forzado mucho para llegar a esta situación, y si bien era solo un engranaje más de una enorme máquina, Mendaxis sabía que era crucial. Había obedecido los designios de su amo y lo había hecho bien. Mas aún quedaba trabajo por hacer y eran las tareas más delicadas de todas.
La vestida con la piel de Mendaxis escuchó atenta el diálogo que tenía lugar sobre el estrado del trono. No necesitaba los auriculares para oír a Azrael y a sus auxiliares, pero el engaño debía ser completo.
—La situación es peor de lo que creíamos, mi señor. Nuestros Bibliotecarios informan de una brecha en la realidad que abarca todo el sistema —Era la voz de Asmodai, Maestro Capellán Interrogador.
—¿Y los Lobos? —La réplica provenía de la voz profunda y solemne de Azrael.
—En un peligro mortal, mi señor, tal como nos temíamos. Las vocoemisiones interceptadas apuntan a que las bestias mutantes no solo están bajo el auspicio de los Lobos Espaciales. Sus hermanos de batalla se están convirtiendo en ellas.
Tuvo lugar una larga pausa antes de que Azrael volviese a hablar. Cuando lo hizo, lo hizo con voz fría como el acero desenvainado en invierno.
—Entonces no tenemos alternativa. Dé orden de abrir fuego. Dolor antes de la redención.
—Dolor antes de la redención —asintió Asmodai antes de transmitir la orden de su señor.
Por todo el Sistema Fenris destellearon las lanzas y los cañones de bombardeo se iluminaron en silencio. La flota cruzada arrojaba una lluvia de disparos sobre los planetas bajo ella.
Acechando en las sombras del pozo de comunicaciones, el Cambiante visualizó la devastación y sonrió.
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Historias muy Warhammeras
Science FictionNo te has topado con este archivo de pura casualidad, fuiste elegido, bendecido por el Omnissiah, eres uno de los muchos que vendrán, conocerás los secretos de este universo, las múltiples creencias y costumbres, una cantidad infinita de razas. Cono...