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Ignoré diariamente las llamadas y mensajes que llegaban a mi móvil mientras me caía a pedazos. Así que cuando seis días después mi teléfono no volvió a sonar, me senté pacientemente frente a la puerta a esperar.

Ha dejado de llamar, entonces vendrá.

Pero lo único que recibí fue un rayo de sol en mi rostro al despertar en el frío suelo luego de que nadie tocara a la puerta. Mis dedos flaquean al escribir y es imposible inspirarme en algo. Logro escribir mínimo 5 palabras mientras mis ojos viajan repetidamente al móvil, esperando a que suene.

Voy al trabajo y no presto atención en las reuniones, solo espero que el móvil suene para poder estar en paz. Cuando llego a casa y creo que voy a descansar, dejo la puerta desbloqueada y voy a dormirme, pero me aseguro de poner una alarma cada tres horas para encontrar una excusa y levantarme.

Buscar un vaso con agua.

Ir al baño.

Regar alguna planta hasta ahogarla.

No importa qué decida hacer, siempre termino frente a la puerta en la espera de que alguien llegue.

Un golpe en el escritorio me devuelve a la realidad. Había escapado en mis pensamientos tanto que olvidé donde estaba.

—El décimo.

—¿Uh?

—Este es el décimo borrador que me traes esta semana y cada uno es peor que el anterior.

Jay habla con molestia pero ni siquiera hoy estoy dispuesta a pelear con él. Tomo las hojas que acaba de arrugar mientras leía y asiento.

—Lo siento, señor. Lo haré mejor la próxima vez.

—Debes hacerlo. Si el próximo borrador que recibo es igual de horrible que este, es mejor que recojas tus cosas y dejes de hacerme perder el tiempo.

Las lágrimas se reúnen en mis ojos y ni siquiera sé si es por lo que dice o solo por todas las emociones que he estado guardando estos días.

Me doy la vuelta dispuesta a irme hasta que escucho su voz de nuevo.

—Y deberías maquillarte, o simplemente dormir mejor. Si sales con ese rostro enfermo la gente pensará que te estamos esclavizando.

«No es como si no lo hicieras.»

—Sí, señor.

Salgo de la oficina y voy directo a mi escritorio. Los chicos se acercan a mí y me consuelan.

—Está bien, es normal fallar. Lo harás mejor en la próxima. —dice Erika.

—¿Estás enferma? Puedes pedirle una licencia al señor Heiken si no estás bien.

Eleanor afirma y todos la respaldan. Me obligo a regalarles una sonrisa fingida para mantenerlos tranquilos.

—No es nada de eso, es solo que no he podido dormir bien estos días.

Vuelvo a trabajar sin esperar una respuesta, esperando que todos se alejen y terminen la conversación.

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