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Salgo de la cocina sosteniendo una bandeja con algunos aperitivos. Es domingo por la noche y ya hemos regresado a la ciudad pues incluso aunque queramos, no podemos faltar al trabajo por temas de pareja.

Jay discute con un semblante serio mientras el señor Heiken toma nota de cada cosa que dice sin ofenderse por la forma en que habla su jefe, pues sabe que no lo hace con la intención de hacerlo quedar mal.

Ambos hombres detienen la conversación cuando me ven llegar, retirando algunos papeles de la mesa y ayudándome a poner las cosas sobre esta.

—Lamento haber venido tan tarde, señorita Sunnie. —el señor Heiken se excusa—. El padre del señor Paltrow me dijo que era un asunto muy importante, de lo contrario no hubiésemos llamado para molestar.

Sonrío con simpatía y niego.

—¿Por qué me pide perdón? No incómoda en absoluto, pueden trabajar tranquilos. Iré a arreglar algunas cosas ahora.

—Uhm, Sunnie. —Jay llama mi atención mientras se pone de pie y toca mi abdomen—. ¿Ya estás completamente bien?

Asiento, con una sonrisa. El señor Heiken cubre su boca con sorpresa y luego me señala.

—Señorita Sunnie. —ambos lo miramos—. ¿Quizá está usted…?

—¡No lo diga! ¡No se atreva a decirlo! —Jay amenaza—. Ayer dije esa palabra y lloró tanto que al final también terminé llorando yo. ¡Esa palabra está prohibida mientras él esté aquí!

El señor Heiken no comprende.

—¿Quién está aquí?

—¡Andrés, el enemigo!

Cubro mi rostro con vergüenza.

—¿El enemigo? —el señor Heiken me observa con pánico—. Señorita Sunnie, ¿Está usted en una secta?

—¡No! ¡Yo…! —resoplo—. Mejor me voy.

***

Camino por el pasillo luego de arreglar algunas cosas en mi oficina cuando de repente escucho algo caerse dentro de la oficina de Jay. Detengo el paso y dudo un poco si sería correcto ir a interrumpirlo. Al ver que la puerta está entreabierta, tomo la decisión de entrar y comprobar por mí misma.

Descubro que el ruido fue causado por unos libros que cayeron del estante, así que me acerco y recojo cada uno poniéndolos en el lugar correcto. Antes de dejar la habitación, me doy el lujo de mirar cada rincón y las cosas que lo adornan. Es mi primera vez aquí adentro e incluso se siente muy distinta a la oficina que he montado en la habitación contigua.

Mis ojos se detienen en la luz brillante que escapa de la pantalla del ordenador sobre el escritorio.

Resoplo.

—Nunca cierra las aplicaciones, luego se queja de que pierde los archivos.

Me dirijo hasta el escritorio y llego hasta el computador dispuesta a apagarlo, pero lo que destella en la pantalla llama mi curiosidad.

—¿Qué está haciendo?

Me asusto, poniéndome en pie de inmediato y cerrando el archivo sin siquiera haber podido ver lo que había en su interior.

El señor Heiken me mira desde la puerta, con seriedad.

—Yo… —intento excusarme—. Algo cayó y vine a comprobar que era, vi la puerta abierta y… entré.

No dice nada, sale de la habitación y mira hacia el pasillo para luego volver a entrar y hablarme:

—El señor Paltrow me envió a investigar sobre el ruido, dígale que algo cayó en su oficina. —dice, y mi cara muestra confusión—. Es mejor que salga, no le gusta que nadie entre a su oficina de este modo, la última vez que su padre hizo lo mismo, no fue muy amable con su propio progenitor.

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