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Mis ojos se abren con pereza cegados ligeramente por la luz que se filtra a través de la ventana. Cuando logro enfocar mis ojos, una sonrisa inocente me recibe con admiración desde el otro lado de la cama donde Jay se encuentra de costado, copiando mi posición para poder mirarme.

—¿Por qué me miras fijamente?

—¿Estás sobria? —asiento—. Esperé pacientemente, tenía la esperanza de que lo primero que dirías al despertar, fueron las palabras que repetiste tanto ayer.

Mi rostro quema debido a la vergüenza de recordar la escena que monté ayer frente a su casa. Incluso, el haber vomitado en su baño mientras seguía recitando que lo amo. Jay ríe estrepitosamente consciente de mis pensamientos, así que retiro la almohada en la que acomoda su cabeza y lo golpeo con ella misma.

—Entonces, ¿No vas a decirlo?

Hago una seña con mis dedos pidiendo que se acerque, luego llevo mis labios a su oído y sonrío, antes de susurrar:

—Sigue esperando, no voy a avisarte la próxima vez que lo haga.

Acerco mi rostro al suyo y me burlo, pero soy sorprendida por un beso veloz dejado en mis labios logrando que quien sonría ahora sea Jay.

—No tengo problema con eso. —afirma—. Puedo vivir tranquilamente con el recuerdo de alguien gritando frente a mi casa “¡Te amo!”

Al verlo imitarme, muero de vergüenza e intento golpearlo pero es más rápido que yo y se pone de pie, aún burlándose.

Lo señalo, acusatoria, y luego lo veo con ojos entrecortados.

—Oye, no te atrevas a decirle a nadie sobre eso.

Niega.

—No lo haré. —suspiro, aliviada—. Solo le diré a mi padre, al señor Heiken, a Lila y a todos en la oficina cómo estabas gritando que me amabas.

—¡Jay!

Me pongo de pie para seguirlo mientras continúa gritando sin compasión:

¡Te amo, te amo, te amo!

—¡¿Quieres morir?!

Nuestra pelea escapa de la habitación mientras lo persigo por toda la casa, el personal de servicio y el padre de Jay sonríen discretamente al vernos, conscientes de que pasó mucho tiempo desde que su jefe sonrió de aquella forma.

***

Luego del desayuno, el padre de Jay se despide de nosotros para ir a trabajar mientras ambos paseamos por el jardín, disfrutando de la cómoda mañana.

Hablamos con sinceridad sobre nuestras propias emociones y escuchamos las quejas del otro. Nuestras manos se sostienen en todo momento mientras nos volvemos uno solo y resolvemos las situaciones que nos mantuvieron enojados por un tiempo.

—¿Volverás a casa conmigo? —Jay habla, llamando mi atención.

—Hablando de eso, ¿Por qué viniste aquí?

—No quería estar solo, y en casa no podía pensar en otra cosa más que en extrañarte. —admite, acelerando mi corazón—. Tampoco quería ir a buscarte porque eso solo te haría sentir más incómoda.

Aumento mi agarre y lo veo con orgullo.

Su teléfono suena y nos vemos obligados a detenernos por un momento cuando Jay acepta la llamada y habla:

—¿Ya están en el aeropuerto?

Escucho discretamente la conversación y el cómo sonríe mientras habla. Cuando se despide, cuelga la llamada y vuelve a mirarme.

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