CAPÍTULO 42 - EN ESTA NO

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Viernes, 14 de enero de 2005.

En una tarde soleada en Xochimilco, la gente del pueblo zumbaba con grabaciones en la iglesia local. Algunos actores ya estaban allí desde temprano, pero los vecinos que estaban presentes se alegraron más cuando llegó la protagonista, Victoria estuvo atenta en lo que pudo, repartió autógrafos, pero pronto tuvo que entrar a la iglesia para arreglarse y empezar a grabar.

Tres horas después ya habían grabado todas las escenas y Victoria estaba sentada en el banco de la iglesia esperando que todos se fueran.

— ¿Qué estás haciendo?

Miró hacia un lado y vio a César. — Hablando.

César miró a su alrededor y no vio a nadie alrededor. — ¿Hablando sola? Siempre pensé que lo hacías.

Ella trató de ocultar una sonrisa. — No, César, estoy hablando con Dios.

— Ah... — César miró hacia el altar de la iglesia. — ¿Y qué le estás diciendo?

— Es algo entre él y yo, cosas que no puedo contarle a nadie más.

— Le digo a mi psiquiatra cosas que no puedo decirle a nadie más.

— ¿Tu psiquiatra sigue siendo tu mejor amigo?

— Sí.

— Bueno, mi mejor amigo es Dios y Nuestra Señora de Guadalupe.

— ¿Puedo sentarme a tu lado?

— Por supuesto. — Victoria se apartó y él se sentó.

— Yo también tengo algunas cosas de las que hablar con Dios.

Victoria lo miró. — Hablar con Dios siempre me hace mucho bien.

— A mi también. No todo se lo digo a mi psiquiatra.

— ¿Qué no le dices? — Victoria no pudo contener su curiosidad.

— Cosas que solo le digo a Dios.

Victoria sonrió. — Entendí. Ahora guardemos silencio y sigamos con nuestras conversaciones privadas.

César se enderezó y juntos se sentaron en silencio mirando la cruz. Ambos absortos en sus conversaciones que ningún otro humano podría saber jamás.

— Puedo serlo si quieres. — César dijo después de un rato.

Victoria aún con miedo, se aventuró a preguntar. — ¿Podría ser qué?

— Tu mejor amigo... en los momentos en que no puedes hablar con Dios.

Victoria lo miró de soslayo, seguía serena y mirando al frente.

— Muy amable, pero siempre puedo contar con él. — Victoria sonrió.

— Lo sé, solo quería que supieras que...

— Sí, lo sé, el día que necesite un hombro amigo, sé que puedo contar contigo.

— ¡Eso! No cualquiera puede tener un amigo cubano y me atrevería a decir que es el mejor.

Victoria se río y luego se tapó la boca con la mano, recordando que estaba en la iglesia. — Todos se van ahora, ¿de acuerdo?

César miró hacia atrás y vio que realmente ya se estaban yendo. — Vamos.

Se pusieron de pie, Victoria tomó el brazo de César.

Él la miró y dijo: — Y por fin, casados.

Victoria se río. — Qué pena no tener arroz a la salida.

LA TEKILA - HISTORIA DE VICTORIA Y CESARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora