Capítulo 08

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Jimin

El consejo de guerra estaba conformado por asesinos de todos los territorios, elegidos por los ancianos de sus aldeas y enviados a Ashford, y Jimin estaba entre ellos. En los días que siguieron, hablaron de cómo las armas estaban siendo probadas con los diseños de dientes de dragón que Jimin brindó. Rápidamente, los días se convirtieron
en semanas.

—Me temo que es lo único que podemos hacer. —Los otros alrededor de la mesa asintieron estando de acuerdo con Haldir, el hombre que había hablado. Era un elfo tan viejo como el roble, tan viejo como ningún otro elfo que Jimin hubiera conocido.

Más viejo que Misuk y probablemente así de sabio. Llevaba recogido su cabello grisáceo como el pelaje de un lobo en una apretada cola de caballo y vestía una pesada capa gris con capucha. Cuando caminó hacia el árbol en el atrio central para bañarse en la luz, los demás inclinaron la cabeza con respeto. No hablaba mucho, pero lo que decía siempre era conciso y generalmente correcto.

Los elfos a su alrededor murmuraron y propusieron algunos planes.

No es suficiente, pensó Jimin. Las armas, el escaso éxito. Ellos no eran suficiente para hacer una diferencia genuina. Derrotar a los dragones nunca había sido suficiente. Y nada de lo que hubieran dicho o hecho, habría suavizado el abismo afilado de los pensamientos de Jimin. Unos que Leah se había encargado de hacer más profundos, eran pensamientos que le decían que su lugar ya no estaba allí, entre ellos, sino en otra parte, en una tierra muy lejana, más allá del cauce del océano.

—Jimin… ¿qué sugieres? —preguntó Haldir.

Su voz lo sacó de sus pensamientos y parpadeó hacia los rostros que buscaban una respuesta, pensó en sus siguientes palabras y se puso de pie.

—No sirve de nada atacar la torre sin una fuerza sustancial junto a nosotros. El número de drakon son casi inmensurables. Cuando ataquemos, lo haremos con todo lo que tenemos. Y hasta ese entonces, me ofrezco como voluntario para regresar a Francia y reunir a los humanos. Sin ellos, no ganaremos.

Se sorprendió al notar que ninguno perdió la compostura como lo habrían hecho los aldeanos de Cheen. Sin embargo, los elfos de la Orden lo miraron con severidad. Eran elfos que habían entrenado para morir por su causa, elfos que vivían y respiraban el arte de la violencia contra los drakon.

El silencio era tan denso que era casi agonizante.

Haldir lo rompió, su voz se transformó en un tranquilo gruñido profundo.

—La última vez que confiamos en los humanos, lo perdimos todo.

—Es cierto, pero eso fue hace muchas generaciones. Los humanos ahora reconocen su error. Me uní a ellos en la frontera bronce y el muro cayó. Somos más fuertes juntos.

—Su error hizo a los dragones más fuertes. En caso de que hayas olvidado tus lecciones, Jimin, o tal vez eres demasiado joven para preocuparte por nuestro pasado ancestral, pero los humanos desataron su bomba nuclear en los dragones, causando esta mutación de gemas con la que luchamos hoy. Los dragones gema no habrían existido si no fuera por su prisa por arrojar más combustible al fuego. Sus inventos, sus herramientas, sus métodos… nosotros no somos así.

Haldir miró fijamente a Jimin hasta el punto en el que se preguntó si existía otra razón en el rechazo del anciano más que la terquedad.

—¿Qué otra opción tenemos? —preguntó Jimin.

—Podríamos atacar en grupos más pequeños y liquidar a los dragones uno por uno —propuso una voz femenina.

—¿Y perder el elemento sorpresa? —cuestionó Jimin y luego miró las caras sombrías que lo rodeaban.

Elfo Y Dragón #2 Kookmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora