Capítulo 48

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Jimin

No creyó que volvería a ver esas escamas verdes, ni tampoco que vería a Jungkook como dragón lanzarse frente a una oleada de monstruos de metal.

—¡Vamos, vamos, vamos! —ordenó, mientras corría con los altivos a través de los árboles. Una repentina explosión a sus espaldas lo desestabilizó y lo lanzó al suelo, enterrándolo prácticamente entre la tierra y ramas rotas. Se arrastró fuera de los escombros, para ver y escuchar la batalla que se libraba entre Donghae y Jungkook en tierra firme.

Examinó el área aplastada por el impacto. Gracias a Alumn, ninguno de los altivos había sido atrapado en la explosión. La mayoría ya se había ido hacia los árboles y no se veían por ningún lado, pero muchos pertenecientes a la Orden se habían quedado con él, entre ellos estaba Dong, esperando por sus órdenes.

Su lugar estaba con su gente. Debería darse la vuelta y escabullirse entre los árboles. Pero Jungkook seguía peleando, incluso ahora que lo sobrepasaban en número y en desventaja.

Jimin tocó su espada.

—¡No lo voy a dejar! —gritó sobre los estruendosos rugidos—. ¡Váyanse!—les dijo a los elfos—. Esta no es su pelea.

Los asesinos, cada uno asiendo las espadas, se miraron entre ellos. Los conocía a cada uno por ser parte de la Orden. Cada uno era tan feroz e impulsivo como las espadas que blandían en sus manos. Su lugar estaba con la Orden, con su gente. No con él.

—¡Dije que se vayan! —gritó. No había necesidad alguna de que todos fueran exiliados por su propia lealtad a un dragón.

Los elfos se mezclaron en las sombras.

Tan pronto como estuvo seguro que se habían ido, observó la escena que se desarrollaba ante él. Dongwook se había unido al altercado, desgarrando la espalda de Donghae mientras Jungkook atacaba desde el frente, aún con su cuerpo parcialmente clavado en la tierra. La presencia de la oro emergió sobre los tres, sus relucientes alas se mantuvieron extendidas mientras observaba el caos debajo de ella. Sus escamas resplandecían como el sol.

Jimin se acercó con sigilo, manteniéndose escondido en la frontera de los árboles. Era casi imposible que pudiera ayudar a Jungkook, pero mientras se encontrara aquí, haría todo a su alcance. Le había dicho a Jungkook que nunca se daría por vencido con él. Y se negaba rotundamente a romper esa promesa.

El movimiento al otro lado del cráter creado en la tierra llamó su atención. Leah le hacía señas con la mano, levantó la última bomba de gas, sonrió y apuntó a la brutal batalla.

Leah nunca dejaba de sorprenderlo.

Tenían una última oportunidad.

Asintió con la cabeza y levantó una mano, mostrando sus cinco dedos.

Los dragones continuaron peleando. La oro se lanzó para darle un mordisco en la espalda a Jungkook y este continuó lanzando zarpazos a Donghae, atrapado en una batalla entre ambos. No parecía existir una razón coherente detrás del ataque de cada criatura. El suelo tembló y el aire se volvió más denso.

Jimin bajó un dedo. Cuatro.

Leah tenía que lanzar la bomba en el blanco.

Tres.

No podía fallar.

Dos.

Donghae levantó la mirada. Los ojos del bronce se entrecerraron en su dirección, la rendija de sus ojos igual a la de una serpiente, se encogieron como dos espadas atrapadas en ámbar.

Uno.

Leah quitó el seguro, extendió su brazo hacia atrás y la lanzó en un gran arco, expulsando la bomba de gas entre los dragones. Los grandes dragones metálicos respiraron las grandes nubes de aire nocivo y tosieron grandes bocanadas de gas.

Jimin ahuecó las manos alrededor de su boca y gritó:

—¡Jungkook, cambia!

El dragón esmeralda giró la cabeza a su alrededor, con una mirada sobresaltada que se fijó en Jimin y luego en Leah. La nube de gas amenazó con engullirlo entero y esos ojos de dragón se ensancharon aún más, sabiendo que el gas lo dejaría inconsciente. Jungkook tenía que confiar en Jimin para que lo salvara…

La silueta de Jungkook se volvió borrosa y entonces colapsó, cambiando de forma y tragándose a la enorme bestia, haciendo parecer que se desvanecía entre los dragones oro y bronce. Una débil brisa hizo volar el gas hacia los metales, lo que nubló la vista de Jimin. Pero logró escuchar unos resoplidos de furia y vio pequeños destellos de escamas, luego la brisa se llevó el gas y dejó únicamente al oro y bronce tambaleándose torpemente sobre sus patas. No estaban inconscientes, pero era suficiente para que Jimin se acercara aún más.

Llamó la atención de Leah y señaló el cráter que había causado el impacto de Jungkook. El cuerpo negro y escamado de Dongwook yacía inerte a lo lejos del páramo. Aunque no estaba muerto, Jimin vio que la bestia movía los ojos. Bien. Dongwook moriría algún día, bajo su espada, pero al parecer, ese día no sería hoy.

Jungkook estaba desmayado sobre la tierra húmeda. Lo primero que hizo Jimin fue buscar la terrible herida que tenía en el pecho, la cual estuvo seguro que lo mataría y cuando la encontró, esta ya estaba cerrada y en camino a sanarse.

—Ayúdame a cargarlo. —Leah cargó a Jungkook de un costado y ayudó a situarlo entre ellos. Ambos elfos tropezaron sobre varias piedras y la tierra suelta, pero lograron llegar a los árboles. Las llamadas y rugidos de los dragones se desvanecieron a sus espaldas.

Lo habían logrado.

Lo habían rescatado. Jimin no tenía ni la más mínima idea de lo que pasaría a partir de ahora, pero sabía que haría lo que fuera para mantener a Jungkook a salvo.

Y entonces, delante de ellos, un asesino les bloqueó el camino.

Jimin levantó la mirada y se encontró con el estoico rostro de Dong.

No… casi lo había logrado.

Más asesinos comenzaron a aparecer, saliendo de entre las sombras y las espadas reluciendo bajo la luz moteada. Jimin no podía pelear con todos y no le pediría a Leah que pusiera su vida en riesgo por él o por Jungkook. Pero sí sacrificaría la suya. Incluso si sus probabilidades de sobrevivir a la Orden de asesinos eran escasas.

—Yo… —intentó decir, pero no encontró ninguna forma de explicarse. Los asesinos de la Orden no salvaban dragones.

Pasó la mirada sobre cada uno de ellos, viendo tanto de sí mismo en el formidable grupo de elfos. No harían mal al detenerlo. Pero tampoco harían lo correcto.

Leah lo miró, buscando una manera de escaparse de esto, pero no había ninguna.

Entonces y sin decir nada, Dong se hizo a un lado, abriéndoles el paso. Los altivos formaron un círculo, flanqueándolos a los tres en una formación de protección.

Un nudo se le formó en la garganta que le robó las palabras de agradecimiento.

Ajustó el peso de Jungkook entre él y Leah, y así siguieron avanzando. Juntos y con la Orden de asesinos, llevaron a Jungkook a un lugar seguro.







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Elfo Y Dragón #2 Kookmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora