Prólogo

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Los latidos acelerados al ver a esa persona en frente de ti en la tarde oscurecida de un viernes al haber terminado una larga semana en el instituto. Abrir Spotify mientras reposas la cabeza en la almohada y miras hacia el techo y, como si de la nada, sin esperarlo, suena esa canción en específica que te recuerda los motivos de por qué nace una sonrisa con dientes tan perfecta como los sentimientos que compartís día a día. Es como compartir un bonito atardecer en lo alto de una balaustrada en verano mientras veis cómo se esconde el sol, y sin querer, te roza su mano con la tuya y de inmediato intercambiáis una mirada llena de sinceridad y promesas que hablan más aún que la propia voz humana. Cuando demuestra con sus actos y con el corazón lleno de orgullo que va a estar para ti siempre y cuando la tormenta no aceche, ya sea abrazándote o con una simple caricia... El amor no entiende de maneras, pero sí de momentos. El amor es constancia en el transcurso de los aprendizajes vividos, y no de maneras sin ningún requerimiento emocional. El amor es esa sensación de echar a correr con una maleta en la mano buscando la terminal del aeropuerto en la que tienes que embarcar: la adrenalina. El amor es de los mayores tesoros que el ser humano ha logrado almacenar con el paso de los tiempos y la historia, ya sea de un Miguel Ángel enamorado de su David o de Shakespeare con sus novelas. Y como bien sabemos, cada historia tiene su respectivo final, y todo eso depende de las situaciones y momentos que se presenten ante nuestros ojos. Si no arriesgamos, no nos enamoramos. Si negamos a enamorarnos, estamos negando a la vida. Lánzate de un avión y abre las manos lo máximo que puedas. Grita. Abre los ojos. Déjate llevar. Pero no te olvides de sacar el paracaídas cuando lo veas necesario. Nunca dejes que te apaguen las estrellas, cuando en realidad el universo brilla gracias a ti. Recuérdalo siempre.

Aquello que dejamos a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora