CAPÍTULO 30

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Solo cuando llegué a casa comencé a asimilar lo que había hecho.

—Oh, mierda —mascullé tirada en el sofá.

Había tenido la insensatez de enfrentarme a Alfonso Herrera, alias Lucifer,

alias primo de Calígula... ¿En qué narices estaba pensando? La había

fastidiado bien. Si no me despedía, me haría la vida imposible. Era capaz de

eso y de mucho más. Después de las semanas que había pasado trabajando

para él, podía certificar que todo lo que se decía sobre su persona era cierto.

Todas y cada una de las cosas, hasta lo de que no tenía corazón. Estaba

segura de que si le abrieran el pecho por la mitad tendría una cartera llena de

dinero en su lugar.

Cogí un cojín, hundí la cara en él y grité. Grité muy fuerte.

Después estornudé. ¿Qué mierda me pasaba? Había estado estornudando

desde que había llegado de la oficina y no era época de alergias.

Mi teléfono sonó. Lancé el cojín a un lado del sofá y me limpié la nariz

mientras las notas de California Gurls volaban por el aire.

—Hola, Layla —la saludé al descolgar.

—Hola, preciosa. ¿Qué tal estás?

—Creo que me he constipado, no dejo de estornudar —dije.

—Sí que se te nota un poco en la voz, la tienes algo tomada.

Bufé.

«Y todo por la puta culpa del aguacero de esta mañana», pensé.

—¡Lo que me faltaba!

—Todo el mundo se constipa.

—Es que no es un buen momento...

—¿Por qué?

Me mordisqueé el labio.

—Esta tarde he tenido un encontronazo con Alfonso Herrera. —Resoplé

mientras respondía.

—¡¿Que Quééé?! ¡¿Estás loca, Anahí?! ¿Cómo se te ocurre?

Me revolví el pelo.

—Lo sé, Layla, lo sé. La he jodido bien jodida —dije—. Pero es que no he

podido callarme. —Apreté los dientes—. Es un gilipollas.

—Eso ya lo sabemos, y seguro que él también lo sabe, pero no has debido

de enfrentarte a él. Lo primero porque es tu jefe y los segundo porque es

Alfonso Herrera. ¿En qué estabas pensando? Ese tío puede destrozarte la vida

con solo hacer un par de llamadas.

Volví a resoplar. Estaba empezando a agobiarme, a agobiarme mucho.

—No me lo recuerdes... —gimoteé.

Todavía se me ponían los pelos de punta cuando recordaba la discusión.

Dios, había sido terrible.

—¿Por qué habéis discutido?

—¡Porque está amargado! —solté con rabia—. El muy cabrón me ha

echado la bronca porque había una cifra repetida en un informe que me ha

encargado hacer. Un informe de más de ciento noventa páginas sobre la

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora