CAPÍTULO 63

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Nos quedamos en un pequeño balcón acristalado. La luz lechosa de la luna

creciente atravesaba los ventanales y proyectaba la silueta del edificio de

enfrente sobre las paredes y las losetas grises del suelo.

Alfonso se acercó a las ventanas alargadas y observó la calle. Me quedé

mirándolo. El perfil de su rostro se recortaba perfecto contra el azul oscuro de

la noche. Era espectacular.

—No me gusta la gente —comentó como una curiosidad, ya lejos de la

algarabía del salón.

¿Por qué sería que no me extrañaba? ¿Quizá por lo antipático que era?

—¿Y por qué ha venido a esta fiesta? —le pregunté.

—Por ti.

Me quedé atónita con su respuesta.

—¿Por mí? ¿Por qué?

Se giró hacia mí y se recostó en la ventana.

—¿No es evidente? —me preguntó él a su vez con expresión de

conclusión en la cara.

—Para mí, no —respondí.

Es probable que aquella noche estuviera espesa, pero no me enteraba de

nada.—

Quería estar contigo fuera de las paredes de la empresa y esta ha sido la

única manera que he encontrado. Pero sé que no estás cómoda... —dijo.

—No me gustan este tipo de eventos —repuse—. Demasiado glamur para

mí. —Esbocé una ligera sonrisa.

Como si fuera un tic, me llevé la mano al pelo y me lo coloqué para

asegurarme de que me tapaba el cuello.

—No te preocupes, no se te ve —afirmó Alfonso, mirándome a los ojos.

Bajé la cabeza con el rostro rojo como un tomate. Me daba mucha

vergüenza hablar y que hablaran de mis cicatrices. Para mí siempre ha sido

algo muy íntimo, muy mío; algo que no he compartido con casi nadie.

—Anahí, mírame.

No le hice caso.

—Por favor... —Su voz era susurrante y dulce. Muy dulce.

Obediente, alcé los ojos lentamente y lo miré por debajo de la línea de

pestañas.

—Dime qué tengo que hacer para convencerte de que tu cicatriz me da

igual —dijo.

Me mordisqueé el interior del labio.

—No... No es solo una cicatriz, señor Herrera.

—Alfonso. Por favor, llámame Alfonso.

Asentí débilmente con la cabeza.

—No tengo solo la cicatriz del cuello —dije, reuniendo todo el valor que

fui capaz. Jamás había hablado de mis cicatrices con nadie que no fuera mi

madre, mi hermana y Layla y Kim—. Tengo más...

—¿Y qué?

No dije nada.

—Me jode que no me des la oportunidad de demostrarte que la cicatriz

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora