Jamás había deseado salir tanto de un sitio como aquel día del despacho de
Alfonso Herrera. El corazón me latía desbocado y el pecho apenas era capaz de
contenerlo. Me quedé unos segundos inmóvil en mitad de la oficina, sin saber
qué hacer, como si la monumental bronca que acabábamos de tener hubiera
sido algo irreal, una pesadilla de una noche de fiebre. Finalmente reaccioné y
mis piernas echaron a andar hacia los servicios de la planta.
—Señorita Puente, ¿qué le pasa? —Oí la voz del señor Morgan cerca de
mí, pero no me detuve, seguí mi camino hasta los servicios. Lo que menos
quería es que alguien me viera llorar.
Cuando entré, tras abrir la puerta de un empujón, cogí un poco de papel
higiénico y me enjugué las lágrimas con él.
La puerta de los servicios se abrió unos instantes después y entró Jerry
Morgan. Levanté el rostro y nuestras miradas se cruzaron a través del espejo.
—Hey, ¿qué le pasa? —me preguntó en tono de alarma, al ver que estaba
llorando.
Negué. No quería contarle lo que había pasado. No quería hablar con
nadie. Aunque no podía, quería irme a casa. Me dolía muchísimo la cabeza y,
quizá fuera por los nervios de la fuerte discusión que había tenido con el
señor Herrera, pero me daban escalofríos.
—Nada —sollocé.
—No se llora de la forma que está llorando usted por nada. ¿Le ha
regañado Alfonso? —insistió el señor Morgan, ignorando mi respuesta.
Me mordisqueé el labio de abajo.
—Hemos discutido —contesté finalmente—. Es un gilipollas y un hijo de
puta, y me da igual si se lo dice... —añadí con rabia.
—No le voy a decir nada, señorita Puente, ya sabe que no soy de esos...
—se apresuró a tranquilizarme.
Y no podía negar que era verdad, Jerry Morgan nunca le había ido al señor
Alfonso con el cuento de nada de mis meteduras de pata. Muchas veces me
había preguntado por qué no podría ser él mi jefe en lugar del primo de
Calígula.
—Ahora, cálmese, y cuénteme qué ha pasado.
Sorbí por la nariz.
—Había una cifra repetida en una columna del informe que me ha
mandado hacer sobre la solvencia de la compañía... —comencé.
—¿Para una licitación?
—Sí. —Asentí.
—Me ha llamado a su despacho con esos modales de pitufo gruñón que
tiene y me ha estado echando la bronca —expliqué—. Todo por un error. Un
error —enfaticé indignada—. Un puto error de transcripción sin
importancia..., y no sé qué me ha pasado, pero me he enfrentado a él.
Me coloqué detrás de la oreja un mechón de cabello de los que se me
habían soltado del moño que me había hecho después de que la tromba de
agua que me había caído encima por la mañana me dejara el pelo como una
mierda.
—Ya lo va conociendo, sabe cómo es... —comentó el señor Morgan en
tono comprensible.
—Insoportable. Es insoportable —atajé, limpiándome las lágrimas y
tirando el papel higiénico arrugado a la papelera—. Me ha dicho que no le
lloriquee y que si no me gusta el trabajo que me vaya. Y puede que le tome la
palabra. Estoy harta de que me trate como si fuera idiota de remate.
—Usted no es ninguna idiota, no se sienta así, por favor —dijo Jerry
Morgan, ofreciéndome otro poco de papel. Lo cogí y me soné la nariz.
Me pasé la mano por la frente. La cabeza me iba a estallar y no me
dejaban de dar escalofríos. ¿Qué me pasaba?
—Estoy cansada —susurré.
—Haga una cosa, márchese a casa y descanse —dijo el señor Morgan.
Miré mi reloj de pulsera.
—Todavía falta más de media hora para que termine mi jornada —dije.
—No se preocupe por eso.
—No, no, no... —Negué repetidas veces con vehemencia—No tengo
ganas de que mañana me vuelva a caer una bronca del «Señor Perfecto».
El señor Morgan sonrió.
—Yo me encargo. Váyase a casa y descanse, por favor.
Moví la cabeza.
—No sé...
—Con el chaparrón que le ha caído esta mañana y la discusión con Alfonso
el día se le tiene que estar haciendo muy largo. Váyase, por favor —me pidió.
Alcé los ojos y lo miré, desconcertada.
—¿Usted sabe lo del paraguas y lo del taxi? —le pregunté.
—Creo que lo sabe todo el edificio.
—Oh, Dios... —gemí—. ¿La gente está comentando el lamentable
aspecto que traía esta mañana? —dije angustiada.
—Tranquila, dentro de un par de días ya nadie hablará de ello —respondió
Jerry Morgan, restándole importancia.
Dejé caer la espalda sobre la pared y resoplé.
—Joder, soy la payasa oficial de la compañía —me lamenté.
Lo que me faltaba.
—Venga, hágame caso y márchese a casa.
—¿Me promete que mañana el señor Herrera no me regañará? —le dirigí
una mirada implorante.
Jerry Morgan sonrió con indulgencia.
—Se lo prometo —dijo.
—Muchas gracias.
Me dirigí a la puerta.
—Y quítese de la cabeza esa idea de irse. En esta empresa la necesitan —
dijo el señor Morgan antes de que saliera del servicio.
Nunca entendía por qué decía eso, pero en aquel momento me dolía tanto
la cabeza que no podía pararme a pensar demasiado. En el fondo agradecía
muchísimo que me pudiera ir a casa, porque realmente el día estaba siendo
eterno.
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Cicatrices
Fanfic(Aclaración: esta historia es una adaptación de una novela original. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada) Sinopsis: Anahí es una becaria que entra a trabajar en una prestigiosa empresa americana. Alfonso es...