CAPÍTULO 100

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Me quedé petrificada. Os lo juro, creo que hasta me olvidé de respirar.

¿Que esa maldita zorra (perdón por la expresión) había venido para qué?

Apreté los puños. Si la hubiera tenido delante la hubiera dado un guantazo

bien dado. La sangre empezó a hervirme dentro de las venas.

«No, Anahí, tú no eres una persona violenta. Tranquilízate. Tú no eres de

dar guantazos ni de arrancar cabezas», me dije. Y es verdad que no lo era...

todavía.

Inhalé una profunda bocanada de aire.

—¿Sigue... Sigue enamorada de ti? —le pregunté.

—Katrin no está enamorada de nadie —respondió Alfonso con indiferencia

—. Solo de sí misma y del dinero. Quiere volver conmigo porque mi

hermano está al borde de la ruina y yo soy más rico. Es una maldita

interesada.

Caminé hasta la mesa y me senté en una de las sillas.

—¿Y no te parece suficiente castigo para ambos? Alfonso, apártate de ellos,

olvídate de las Torres Keio, de la licitación; olvídate de todo. Deja que tu

hermano se quede con el proyecto. Es la única manera de que dejes atrás el

pasado y de que no termine haciéndote daño a ti también más de lo que ya te

lo ha hecho. Últimamente han pasado otras cosas en tu vida...

Me miró a los ojos.

—Es verdad, me has pasado tú —dijo, entendiendo lo que quería decirle.

Me mordí el labio. Tenía que convencerlo de que se olvidara de esa

venganza, o al final el más perjudicado sería él. Que conste que me daban

ganas de estampar la cabeza de Katrin contra una pared de hormigón, pero no

merecía la pena, y así se lo dije.

—No merece la pena, Alfonso. Te vas a sentir más liberado si lo dejas pasar

que si llevas finalmente a cabo tu venganza. No va a ser ningún triunfo,

aunque pueda parecerlo. No pierdas ni un segundo de tu vida más

mortificándote con lo que te hicieron.

Guardó silencio unos segundos, reflexionando mis palabras.

—Hemos trabajado muy duro para hacer el informe de oferta, Anahí. Le

hemos echado muchas horas, tanto tú, como Jerry, como yo. No sé si es justo.

Levanté los hombros.

—Da igual. Además, no va a ser tiempo perdido ni trabajo tirado, vendrán

otras licitaciones en las que podrás sacarle provecho.

—Podremos sacarle provecho —rectificó con intención—. ¿O crees que

cuando acabes las prácticas te voy a dejar ir? No, señorita Puente, usted se

va a quedar en esta empresa y va a tener que aguantar al pesado del jefe

mucho, mucho tiempo.

Me empecé a reír.

—¿Qué me dices del magnate ese del petróleo de Dubái que quiere hacer

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