Alfonso Herrera
—Vamos al dormitorio —le dije, intuyendo que allí se sentiría más
cómoda.
Me encantaba cómo le quedaba ese vestido rojo. Ya lo creo que me
gustaba, pero mentiría como un bellaco si no dijera que había estado
fantaseando toda la noche con quitárselo. Más bien con arrancárselo o
deshacerme de él a mordiscos, pero Anahí no estaba preparada para algo así.
Estaba asustada. Trataba de esconderlo, al igual que su vulnerabilidad para
no parecer débil; se hacía pasar por fuerte delante de mí, pero se le notaba a
leguas. No sé qué experiencias había vivido, pero algo me decía que no la
habían tratado bien. En esos momentos su inocencia se podía sentir.
Se veía frágil y muy vulnerable. Se me encogió el estómago. Tenía que ir
con cuidado, porque por mi cabeza gravitaba la sensación de que podía salir
corriendo en cualquier momento. Debía enseñarle una cara más amable de la
que le había enseñado hasta ese entonces. Poseía otra, aunque hacía años que
me negara a mostrársela a nadie. Pero Anahí estaba recuperando una parte de
mí que no sabía que todavía existiera.
Apoyó las manos en mi pecho y yo la abracé contra mí. Sentir su calor era
sentir que estaba en casa. Una sensación que no experimentaba desde hacía
años. Tantos que ni me acordaba. Noté que el corazón le latía muy deprisa y
muy fuerte.
Oh, Dios...
—Chiquitina... —susurré, dándole un suave beso en los labios.
—Quiero tocarte —dijo muy bajito, como si le diera vergüenza.
Asentí, complacido.
—Deja que me quite la chaqueta y la camisa —dije, al tiempo que ya me
deshacía de ello.
Eché la chaqueta a un lado, encima de la cama, junto con la pajarita. Me
saqué la camisa del pantalón y empecé a desabrocharme los botones muy
despacio, dejando poco a poco mi torso al descubierto. La oí tragar saliva
cuando me la quité y la dejé caer en la cama.
Parecía intimidada.
Le cogí las manos y coloqué las palmas sobre mi pecho.
—Nada me gusta más que sentir tus manos en mi cuerpo—afirmé.
Durante unos instantes sus ojos recorrieron mis músculos.
—Eres tan perfecto... —susurró, repasando con la yema de los dedos los
pectorales—. Y tu piel es... —Pasó las manos por los hombros. Su tacto me
produjo un escalofrío.
—Tú también eres perfecta —dije.
—No, yo no. Mi cuerpo... —Se calló, infundiéndose valor para decirme
ya lo que anhelaba decirme desde que la besé por primera vez—. Alfonso,
tengo el cuarenta y un por ciento de mi piel quemada.
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Cicatrices
Fiksi Penggemar(Aclaración: esta historia es una adaptación de una novela original. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada) Sinopsis: Anahí es una becaria que entra a trabajar en una prestigiosa empresa americana. Alfonso es...