CAPÍTULO 71

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Era media mañana cuando nos pusimos a desayunar encima de la isleta de

la cocina, aunque más que una isleta era un continente.

—Siento no tener Froot Loops —se burló de mí Alfonso, mientras sacaba un

cuenco de fruta de la nevera y lo ponía sobre la superficie de mármol granate

de la isleta.

Lo fulminé con la mirada desde el taburete en el que estaba sentada.

—Muy gracioso —dije con retintín—. ¿No vas a dejar nunca de burlarte?

—Déjame que lo piense... —Puso cara de estar reflexionando sobre lo

que le acababa de decir—... No —respondió finalmente.

—Eres un idiota —solté.

Me apuntó con el dedo índice.

—Que no se te olvide que soy tu jefe —dijo, fingiendo seriedad.

Le saqué la lengua con todas las ganas. Él comenzó a descojonarse. La

cocina se llenó de sus carcajadas sonoras y masculinas y yo notaba como me

derretía por dentro. Dios, estaba loca por él. Me di cuenta en aquel preciso

instante (por si tenía dudas).

Sacó la leche del frigorífico y me la tendió para que me llenara la taza.

—¿Sabes una cosa? —dijo, abriendo un cajón y sacando unos cuantos

cubiertos.

—¿Qué?

—Es lo que cené aquella noche en tu casa. Me llené de Froot Loops ese

espantoso bol de corazones que tienes. —Me miró de reojo para ver mi

reacción. Me estaba picando.

Puse cara de indignada.

—¿Cómo te atreves a decir que mi bol es espantoso? —dije—. Qué

desagradable eres —fingí sentirme ofendidísima.

—No estaban mal del todo.

Di una palmada encima de la isleta.

—¿Ves?, tú también sucumbiste a los Froot Loops —me reí, haciendo

aspavientos.

Se sentó frente a mí.

—No los comía desde que era un niño —me confesó.

—Te gustaron y lo sabes.

—Sí, tienes razón. —Su rostro adoptó una expresión seria—. Aquella

noche que estuve cuidándote me di cuenta de muchas cosas...

Di un sorbo de mi café con leche y lo miré por encima del borde de la taza

un poco extrañada.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—¿De qué te diste cuenta? —le pregunté, dejando la taza sobre la isleta.

—Por un lado, de que hace años que no me sentaba a leer tranquilamente

un libro. Algo tan simple como leer un libro. La sensación fue... —Alzó los

hombros—... maravillosa. Mis días están colapsados de reuniones, comidas

de negocios, llamadas telefónicas o viajes... Y entre tanta vorágine y tanto

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora