CAPÍTULO 64

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Se acercó a mí de una zancada y, cogiéndome la cara con sus enormes

manos, me miró.

—Sé que no quieres que te deje marchar, y no lo voy a hacer —dijo.

Inclinó la cabeza y me besó. Dios, adoraba sus labios como se adora a un

Santo.

Y en un rincón de aquel balconcito vintage, ajenos a la fiesta y al mundo

entero, entre las sombras clandestinas de la noche, nos estuvimos besando

como dos adolescentes en plena edad del pavo. Alfonso apoyado de espaldas en

la ventana y yo abrazándole por la cintura.

En un momento dado, metió la mano entre el pelo y la posó en el lado del

cuello donde estaba la cicatriz.

El estómago me dio un vuelco. Me tensé.

—Alfonso... —dije alarmada.

Levanté mi brazo enseguida para apartar su mano.

—Tranquila, chiquitina, no pasa nada... —susurró con voz dulce. Me

acarició suavemente la piel dañada con el pulgar—. No pasa nada... ¿ves? —

repitió, sin dejar de mirarme.

Después agachó la cabeza y apartándome un poco la melena, me besó la

cicatriz.

—No tienes que hacerlo...

—Shhh... —me silenció—. ¿Todavía no te has dado cuenta de que me

encanta besarte?

Oh, joder...

Su voz era lo más sugestivo que había escuchado en mi vida.

Dejé escapar una sonrisa.

—¿Cómo ha empezado esto, Alfonso? —le pregunté.

Se encogió de hombros.

—No sé qué es, Anahí, pero algo me empuja a cuidarte. Quizá porque eres

un desastre.

Hice un mohín.

—Vaya... ¿No crees que eres un poco presuntuoso? —le dije—. Me las he

apañado muy bien sin ti hasta ahora.

Esbozó una sonrisa preciosa que hizo que sus ojos se achinaran.

—Y no te creas que no me sorprende. No me explico cómo has podido

sobrevivir todos estos años.

—¡Oye! —le di un puñetazo en el hombro.

—Ha habido momentos en que he temido que prendieras fuego al edificio

—bromeó.

—¡Ya! —me quejé.

No le confesé que a veces me habían dado ganas de hacerlo. Sobre todo

cuando se ponía insoportable y en plan capullo.

Me rodeó con los brazos y me achuchó contra él.

—Ay, Anahí... —murmuró.

—¿Qué? —dije, alzando la cara para mirarlo.

—Has irrumpido en mi vida como una ristra de petardos —dijo.

Fruncí el ceño.

—¿Haciendo ruido? —le pregunté.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora