CAPÍTULO 99

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Alfonso Herrera

Los días siguientes a nuestras confesiones y a la reconciliación fueron

maravillosos. Anahí y yo disfrutamos de nuestro amor como no lo habíamos

hecho nunca hasta ese momento. Ambos trabajábamos para no alimentar los

miedos del otro, y de momento no nos estaba yendo mal en la tarea. Pero

seamos sinceros, siempre tiene que haber algo dando por culo.

Salí del despacho y me senté con una pierna en el borde de uno de los

laterales de la mesa de Anahí.

—¿Podrías meter estos datos en el programa de la empresa por si alguien

necesita consultarlos? —le pedí, tendiéndole unos papeles.

—Por supuesto —contestó Anahí con su buena disposición de siempre.

—Te quiero —dije.

—Y yo a ti —sonrió.

Me incliné hacia adelante y la besé. Cuanto más la besaba más quería

besarla. Era pura adicción, joder.

Alguien carraspeó a mi espalda. Enderecé el torso de mala gana por tener

que dejar de besar a Anahí, giré el rostro y miré por encima de mi hombro.

Contraje la mandíbula cuando vi a Katrin plantada como un abeto de navidad

en mitad de la oficina.

—Siento interrumpir —dijo, aunque sentir lo sentía poco, para ser

sinceros. Katrin era demasiado arrogante como para pedir disculpas.

—¿Qué quieres? —le pregunté en tono poco amable.

—¿Podemos hablar?

Me volví hacia Anahí. Te veo ahora, chiquitina —le dije, rozando la punta

de su nariz con la mía.

—Claro —respondí a Katrin sin entusiasmo.

Me levanté de la mesa y me dirigí al despacho. Abrí la puerta.

—Pasa —le indiqué.

Katrin echó a andar y entró en mi despacho tiesa como si se hubiera

tragado una escoba. Antes de internarme le guiñé con complicidad el ojo a

Anahí, que me respondió al gesto con una preciosa sonrisa.

—Siento... haber interrumpido, Alfonso —volvió a decir Katrin, a solas ya

en el despacho.

Me metí las manos en los bolsillos del pantalón del traje gris oscuro.

—¿Qué quieres? —le pregunté seco sin más ceremonias.

Se aclaró la garganta.

—¿Tu asistente... estás enamorado o es solo un pasatiempo?

¿Qué? ¿Cómo? ¿Quién coño era ella para preguntarme qué era Anahí para

mí?

Solté una carcajada seca que retumbó entre las paredes.

—¿Y a ti que cojones te importa? —le espeté.

—Alfonso, yo... —Se acarició un mechón de pelo compulsivamente. Estaba

nerviosa. Lo sabía porque ese gesto siempre le delataba—. Cometí un error

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