CAPÍTULO 94

86 8 1
                                    

Las chicas se me echaron encima cuando les dije lo que había hecho.

Tardé más de una semana en contárselo, quizá porque sabía cuáles iban a ser

sus reacciones y no tenía mucho ánimo para enfrentarme a ellas. Me

apoyaban, que conste, son mis amigas, pero no entendían a qué venía mi

decisión. En el fondo cuesta ponerse en los zapatos de alguien cuando no has

pasado por una situación igual o parecida a la que está pasando esa persona.

—No me entendéis... —me quejé con un suspiro.

—Anahí, ¿cuál es el problema? —me preguntó Kim.

No dije nada.

—¿Ya no sientes nada por él? ¿Es eso? —dijo Layla.

Negué para mí de un modo casi imperceptible. ¿Cómo no iba a sentir nada

por él? Solo habían pasado unos pocos días desde que habíamos discutido y

le echaba tanto de menos que me dolía hasta la piel, anhelando sus caricias, el

roce suave de sus manos sobre mi cuerpo... Dios, estaba siendo un infierno.

—No, no es eso —contesté.

—¿Entonces qué es? —insistió Layla.

—Se me queda grande, chicas —confesé.

—¿El qué? —habló Kim.

—Él, su mundo... Todo.

—Cariño, eso son bobadas...

—No son bobadas, joder —corté a Layla, que respiró pacientemente al

otro lado de la pantalla.

Tomé aire, tratando de serenarme. No podía enfadarme también con ellas.

—Me siento como una mierda cuando estoy a su lado. Me siento como si

fuera una impostora, como si... como si no me mereciera que estuviera

conmigo, habiendo tías tan guapas por ahí.

No aguanté más y me eché a llorar.

—No, Anahí, no llores... —dijo Kim.

Me limpié las lágrimas que me caían gordas y cristalinas por las mejillas

con el dorso de la mano y seguí hablando.

—Me lleno de miedos y de inseguridades... —dije en tono compungido

—. Más de los que ya tengo en circunstancias normales. En la fiesta todo el

mundo me miraba como si acabara de bajar de un ovni, y yo lo único que

quería era que el vestido me tapara las cicatrices. Yo no soy como esa gente,

como ninguno de ellos.

—¿Pero es que no te das cuenta de que es ahí precisamente donde radica

tu encanto, cariño? —intervino Layla—. ¿No te has parado a pensar en que

eso es precisamente lo que le gusta de ti a Alfonso? Tu naturalidad, tu

espontaneidad... Anahí, tu das vida allá donde vas. Eres risueña, alegre; joder,

estás como una puta cabra.

Pero yo continuaba a lo mío.

—Teníais que ver lo guapa que es Katrin, es como una modelo. —Me

sorbí la nariz.

—No todo es físico, ni elegancia, ni sofisticación... Ni tener cuerpo de

modelo brasileña —dijo Kim—. Por favor, Anahí, quiérete un poco más y deja

que Alfonso te quiera. No pasa nada por dejarse querer un poco, en serio. Te lo

mereces más que nadie.

—Sí, cariño, mereces vivir la historia de amor más bonita del mundo —

habló Layla.

—Y con un tío que esté tan bueno como Alfonso —bromeó Kim.

Aunque no andaba sobrada de ganas, sonreí.

—Eso queda muy bien en las películas, pero la realidad es más

complicada —repuse.

—No, a veces somos nosotros los que la complicamos. Muchas cosas son

más sencillas de lo que pensamos y de lo que parecen —dijo Layla.

Carraspeó para aclararse la garganta—. Anahí, ¿no crees que a lo mejor los

problemas los estás creando tú? Que en realidad... no existen como tal. Que

tú... Por poco no me caí de la silla. ¿Qué? ¿Había escuchado bien?

—¿De qué mierda hablas, Layla? —la corté enfadada.

—No me malinterpretes...

—¿Y de qué manera debo interpretar lo que acabas de decir? —la

interrumpí con brusquedad—. Joder, es lo que me faltaba por oír.

Sacudí la cabeza.

—Anahí estás empeñada en buscar problemas de donde no los hay. Le

gustas a Alfonso; disfruta y punto.

Admito que aquellas palabras me sentaron como una patada en el

estómago.

—No quiero seguir hablando —atajé.

—Maldita sea, Anahí, siempre terminas huyendo —dijo Layla.

—¿Pero qué puta manía os ha entrado a todos con eso? —Estaba

indignada—. ¡Dejadme en paz!

Alargué el brazo y colgué la llamada con Layla sin dejar que replicara.

—Anahí...

—No quiero hablar, Kim —dije—. De verdad, no... —Resoplé, cansada

—. Ya hablaremos en otro momento.

Y colgué también con ella.

Me levanté de la silla, me fui a la habitación y me tumbé sobre la cama

hecha un ovillo. En esa posición lloré parte de toda la noche. Lloré hasta que

no me quedaban lágrimas en los ojos. ¿Por qué nadie me entendía? ¿Por qué

nadie se ponía en mi lugar para comprender cómo me sentía? Yo no huía,

joder, solo trataba de sobrevivir en un mundo en el que me sentía una

extraña, en el que no encajaba por más que lo intentaba. Era como meter a

puñetazos la pieza equivocada en un puzle probablemente también

equivocado. Y me había sentido así toda mi puñetera vida. Día tras día de mi

existencia. No era algo nuevo. Cambiaban las circunstancias y los

protagonistas, pero era lo mismo de siempre.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora