Alfonso Herrera
—Inspiramos de nuevo... Aguantamos la respiración cinco segundos:
uno... dos... tres...
Abrí un ojo mientras Anahí seguía hablando y la observé en silencio. Me
encantaba. No sé qué cojones tenía, era un queséyo o un yoquésé
inexplicable, pero me encantaba, y tampoco sé cómo lo hacía para que
terminara envuelto en sus locuras.
Y ahí estábamos, sentados en la alfombra. Meditando (o haciendo que
meditábamos) en mitad del salón un sábado por la mañana mientras una
musiquilla con un sonido de agua corriendo de fondo llenaba el aire.
Sonreí y cerré los ojos, no quería que me pillara desobedeciéndola.
Aquello le hacía ilusión y yo no quería decepcionarla. Además, me estaba
divirtiendo y reconozco que necesitaba algo así después de la nueva bronca
que había tenido con mi hermano. No me refiero a la meditación, sino a que
me hicieran reír, a olvidarme de toda la mierda que me rodeaba, y Anahí me
aportaba muchas cosas que necesitaba. Lo curioso era que no pensaba que me
hacían falta hasta que entró en mi vida. Quizá ahí, en ese punto, es donde
residía su encanto. Eso que me enganchaba a ella.
—Inspiramos... Aguantamos la respiración cinco segundos: uno... dos...
tres... cuatro... cinco... —continuaba hablando.
Y lejos de tener la mente en blanco, yo la tenía puesta en ella. En las ganas
que tenía de volver a follarla, de hundirme en lo más profundo de su coño y
fundirnos en uno solo. En hacerle gritar mi nombre y gemir de gusto hasta
que se deshiciera de placer. Arrancarle los miedos, los complejos y las
inseguridades, porque con la ropa no era suficiente para que fuera ella misma.
Ya no aguantaba más. Me podían las ganas. Recordar el modo en que
habíamos follado me puso la polla más dura que un bloque de hormigón.
Abrí los ojos.
—Ya nos hemos relajado suficiente —dije.
Me abalancé sobre ella y le besé en la boca.
—Alfonso... —gritó por la sorpresa, riéndose, pero no le dejé quejarse.
—Yo tengo otro método para relajar el cuerpo —afirmé.
Cayó sobre la mullida alfombra y me tumbé encima. Mientras nos
besábamos como si lleváramos toda la vida aguantándonos las ganas de
probarnos, le separé las piernas con la rodilla y comencé a restregarme contra
su sexo.
—Qué dura la tienes —murmuró Anahí en mi oído.
Por si no estaba suficientemente cachondo, oírla decir aquello terminó de
ponerme como una locomotora.
—Me va a reventar si no te follo en este mismo momento. No aguanto
más —dije.
—Dios, Alfonso...
Me separé de ella.
—Antes de ir a más, voy a por un condón, sino después no podré parar.
Me levanté y me dirigí a la habitación. Al volver traía la caja de
preservativos de la mano y ya me había desnudado. Anahí se sentó en una
esquina del sofá mientras me ponía el preservativo.
—Jamás pensé que le quitaría a una chica mis propios calzoncillos —dije,
metiendo los dedos por el elástico y sacándoselos por las piernas.
Terminó de quitárselos con una patada, sin dejar de reír. Tiré del borde de
la sudadera y se la saqué por la cabeza.
—Quiero verte desnuda —susurré.
No hubo preámbulos. Ninguno de los dos los necesitábamos, ni queríamos
perder el tiempo para sentirnos. Anahí estaba muy húmeda y eso fue señal
suficiente de que estaba lista. Apoyé el pie derecho en el suelo y la pierna
izquierda la dejé doblada sobre la parte de la «L» que formaba el sofá.
Coloqué las manos a ambos lados del cuerpo de Anahí y la penetré todo lo que
pude.—
Oh, Dios, niña... —mascullé cuando estuve completamente dentro.
El calor y la humedad de su coño envolvieron mi erección hasta casi
hacerme perder el sentido.
Anahí descansó las piernas sobre mis muslos, facilitando que pudiera
inclinarme sobre ella. Acerqué mi rostro al suyo y le comí la boca con todas
las ganas. Solo tardamos unos segundos en convertirnos en labios, lenguas,
dientes y jadeos.
Mis caderas seguían embistiéndola, recorriendo su interior milímetro a
milímetro. Me excitaba tanto.
Separamos nuestras bocas y nos miramos con los labios entreabiertos,
pegados, compartiendo el aliento y la respiración. Parecía existir un lenguaje
secreto entre nuestros ojos. Uno que hablaba de deseo, de placer, de
complicidad y de otras muchas cosas más.
Me movía dentro de ella sin prisa, pero con contundencia, aunque no creía
que fuera a aguantar mucho más llevando ese ritmo tan contenido. El cuerpo,
la polla y las ganas me pedían follarla como un animal.
—Necesito follarte más fuerte —le dije.
—Y yo —susurró Anahí.
Aceleré los empujones, haciendo chocar nuestras pelvis. Anahí bajó las
manos de mi espalda a mis nalgas y me apretó más contra ella.
—Cómo me gusta eso, chiquitina... —susurré, balanceándome sobre su
cuerpo.
Sonrió y me mordió la barbilla. Después volvimos a besarnos. Le lamí los
labios y atrapé su gemido con mi boca cuando se corrió.
—Oh, sí, sí... —gimió.
—Grita mi nombre, Anahí —le pedí en tono oscuro, mientras su cuerpo se
sacudía contra el sofá—. Grítalo corriéndote.
—¡Alfonso! —exclamó, estremeciéndose una última vez aferrada con fuerza
a mi espalda.
Yo me dejé ir precipitadamente apretándola contra el sofá con una
profunda estocada. Me quedé inmóvil mientras un gruñido, o algo parecido,
se arrancaba de mi garganta por el placer, y el preservativo se llenaba de mi
orgasmo.
Me desplomé sobre ella y la abracé. Nuestros cuerpos todavía palpitaban
con las últimas reminiscencias del placer. Estábamos tan pegados que sentí
en mi pecho los latidos apresurados del corazón de Anahí.
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Cicatrices
Fanfic(Aclaración: esta historia es una adaptación de una novela original. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada) Sinopsis: Anahí es una becaria que entra a trabajar en una prestigiosa empresa americana. Alfonso es...