¡Joder! Esa fue mi expresión cuando entré.
El despacho era una estancia enorme dividida de forma diáfana en varias
partes. Una zona con lustrados sofás de cuero blanco y una mesita baja, otra
cuya pared cubierta de estanterías estaba hasta arriba de libros, archivadores y
carpetas llenas de documentación. No sé por qué me fijé en ellos. Quizá fue
la curiosidad por ver si reconocía alguno. Entre los que tenían el lomo más
gordo había uno de Oferta y Demanda, Leyes corporativas, Tratados de
negocios, Mercado bursátil.
En un rincón descansaba una licorera con varias botellas de alcohol y
algunos vasos y, detrás de una gran mesa de cristal, al fondo, sentado en un
butacón de piel negra, estaba Alfonso Herrera, o Lucifer (bueno, la versión
atractivísima de Lucifer, porque ¡Madre mía!). A su espalda, los ventanales
de cristal que iban del suelo al techo dejaban ver una panorámica de Nueva
York digna de una postal.
Exclamé otro «joder» en mi mente sin poder evitarlo.
No esperaba que fuera tan joven. ¿Cuántos años tendría? ¿Treinta y uno?
¿Treinta y dos? Tampoco esperaba que fuera tan... increíblemente guapo.
Dios santo.
Alfonso Herrera sería el mismísimo Lucifer, pero era guapo de cojones. ¿De
verdad había hombres así fuera de las revistas de moda?
Tenía el pelo negrísimo y los ojos eran verdes, o tal vez grises. A la
distancia a la que me encontraba no podía distinguirlos bien, pero sí podía
percibir sus largas pestañas. Su rostro estaba formado por ángulos que le
daban un aspecto exótico y viril hasta decir basta. Tenía los pómulos
marcados y una sombra de barba cubría su mentón. Pero si algo me llamó la
atención fue la boca. Sus labios eran los más sensuales y generosos que había
visto nunca. En resumidas cuentas, era un maromo impresionante.
Durante unos instantes tuve la sensación de que se me iba a descolgar la
mandíbula y a formar un charco de baba a mi alrededor. Luego también
pensé que con toda seguridad me resbalaría en él y terminaría aterrizando en
el suelo con la cara. Mis historias nunca acababan bien.
—Ella es la señorita Puente —me presentó la señora Southwich.
Contuve la respiración.
—Acérquese y tome asiento, señorita Puente —dijo con autoridad con su
voz profunda y masculina.
Obedecí de manera ipso facto. Antes de que me diera cuenta estaba
sentada en uno de los butacones de cuero que había frente a su mesa. Y no sé
cómo llegué sana y salva, porque las piernas me temblaban una barbaridad.
—Aquí tiene sus datos y su expediente —dijo formalmente la eficiente
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Cicatrices
Fiksi Penggemar(Aclaración: esta historia es una adaptación de una novela original. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada) Sinopsis: Anahí es una becaria que entra a trabajar en una prestigiosa empresa americana. Alfonso es...