CAPÍTULO 83

108 9 0
                                    

Aquellas palabras hicieron que me ruborizara. ¿Alfonso loco por mí? Tenía

que ser algo fruto del momento o de la conversación. Pero hechos son amores

y por si no me quedaba claro, me lo demostró, como si estuviera oyendo mis

pensamientos. Me besó lentamente y de una manera que me resultaba

adictiva. ¿Qué coño tenían sus labios que me gustaba tanto besarlo?

Con un movimiento ágil se tumbó encima de mí, colocándose entre mis

piernas. Se apoyó en las manos y me miró con sus penetrantes ojos, tan

verdes como un mar del Caribe. Lo hacía tan intensamente, diciéndome tantas

cosas, que dejé de preocuparme de todo lo que revoloteaba en mi cabeza.

—Anahí... —susurró, paladeando mi nombre letra a letra.

Solo tuve fuerzas para decir el suyo.

—Alfonso...

Parecía haber tanto encerrado en nuestros nombres, que nos daba miedo

decir algo más que pudiera estropearlo.

Alfonso movió las caderas y se coló con facilidad dentro de mí.

—No te has puesto preservativo —dije.

—Yo estoy sano.

—Y yo, pero...

—Me correré fuera... —Suspiró en mi boca—. Déjame sentirte un rato

así, sin nada...

Oh, Dios mío querido. ¿Qué no iba a dejar que hiciera si me lo decía con

esa voz, que era fundente como el chocolate? Con este hombre a una le daban

ganas de decir esas frases tan de radionovela de décadas atrás como:

«Tómame, Alfonso. Tómame» o «Hazme tuya». Menos mal que me mantenía

callada, porque en momentos de éxtasis somos capaces de decir cualquier

cosa que se nos pase por la cabeza, aunque sea una gilipollez.

Alfonso empezó a menearse encima de mí lentamente, con un movimiento

que resultaba hipnótico. Fluía, sin más. Devastando el deseo de la forma en

que lo habíamos conocido hasta ese entonces. Como si estuviéramos hechos

para adaptarnos el uno al otro.

Seguí su ritmo cadencioso con mis caderas, deleitándome con el perfecto

acoplamiento de su cuerpo con el mío y la magia que destilábamos, como si

de pronto follar no fuera solo follar, sino algo más, algo que estaba en otro

nivel, y que no acabábamos de comprender.

—Oh, chiquitina... —murmuró mientras se movía arriba y abajo.

Me agarré a su espalda y recorrí sus músculos con las manos. Las fui

bajando por los costados hasta alcanzar el culo. No pude evitar apretar sus

glúteos respingones. Eran... de otro mundo. Como todo él. Porque Alfonso

poseía una belleza masculina como la de ningún otro hombre; exótica,

animal, racial...

Me corrí sin darme cuenta. No me malinterpretéis. No quiero decir que no

me enterara del orgasmo, que enterarme me enteré de sobra, porque fue uno

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora