CAPÍTULO 75

103 8 0
                                    

Alfonso me llevó a mi piso antes de ir a la oficina. Evidentemente no iba a

presentarme con el vestido de fiesta que había llevado al evento de Genliant,

y aunque las camisas y las sudaderas de Alfonso me habían hecho un apaño

durante el fin de semana, no era plan de utilizarlas más allá.

En casa me volví a dar una ducha rápida y me puse algo apropiado para ir

al trabajo. Una falda con un poco de vuelo por las rodillas, una camisa blanca

metida por dentro y unas botas altas fue el conjunto que elegí.

Nos volvimos a ver en su despacho, ya fuera de nuestra pequeña burbujita

de cristal, y lo de «cristal» es casi literal en este caso, porque las paredes de

su piso son cristales.

Me sentí rara y algo desubicada allí dentro. Como si en vez de haber

pasado dos días hubieran pasado dos años. Alfonso ahora ya no era solo mi

jefe, también era el tío con el que había follado como una descosida durante

el fin de semana, con el que había compartido risas y confidencias, y la

persona que había visto por primera vez mi cuerpo lleno de cicatrices. Todo

había estado teñido de tanta intensidad que tendría que darme un tiempo a mí

misma para ir asimilándolo. No quería terminar indigestándome. Habían

pasado muchas cosas, todas buenas, algo a lo que no estaba acostumbrada, y

eso me daba cierto miedo. Que complicados somos los seres humanos,

¿verdad? Ni siquiera cuando las cosas nos van bien somos capaces de

disfrutar como debemos. Tantos rincones oscuros en nuestra mente que no

nos dejan ser como tenemos que ser, como nos merecemos ser.

Llamé a la puerta de cristal con los nudillos.

—Adelante —oí decir.

Abrí y entré.

—Alfonso, vengo a recordarte la agenda del día —dije, una vez que llegué

frente a su mesa con la Tablet en mano.

Carraspeé para aclararme la garganta. Estaba algo nerviosa.

—¿Qué ocurre? —me preguntó Alfonso, que debió de leer la expresión de

mi cara.

—Me siento rara —dije.

—¿Por qué?

—No sé... —Me encogí de hombros—. Incluso no llamarte señor

Herrera.

—Puedes llamarme señor Herrera si te pone —dijo con una sonrisilla

burlona.

Me reí.

—No es eso —repuse.

—¿Entonces?

Me parecía increíble que apenas unas horas antes hubiera estado gimiendo

su nombre mientras me corría. Quizá había un poco de morbo entre todas las

sensaciones que tenía. Ya sabéis, por lo de ser jefe y asistente ejecutiva, y el

componente erótico que algunas veces lleva implícita esa relación.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora