CAPÍTULO 54

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Alfonso Herrera

—No, no lo está —dije.

La señorita Puente se afanaba por disimular las lágrimas, pasándose las

manos por la cara una y otra vez, pero no lo conseguía.

—¿Qué le ocurre? —le pregunté.

—Nada, de verdad —contestó con la voz tomada por la emoción.

Naturalmente, estaba mintiendo.

Miré en derredor. El comedor se encontraba vacío, pero algunos

empleados pasaban por delante de la puerta y se quedaban mirando, curiosos.

No me lo pensé dos veces. No tenía por qué hacerlo. Me incliné, le cogí la

mano y tiré de ella para que se levantara de la silla.

—Venga conmigo —dije.

La señorita Puente me miraba con los ojos llenos de confusión mientras

la arrastraba junto a mí.

Salimos del comedor y la llevé de la mano a una de las salas de juntas de

ese mismo pasillo. No me importó si nos encontrábamos con alguien por el

camino y veía que la tenía cogida de la mano, solo quería saber qué le pasaba,

qué mierda le tenía en ese estado. No me gustaba verla llorar y eso era lo

único que me interesaba averiguar en ese momento. Quien nos viera era libre

de pensar lo que quisiera.

Abrí la puerta, la metí dentro y cerré a mi espalda. El cuerpo le temblaba

en mitad de la estancia.

—Dígame qué le pasa —dije con voz suave.

En el breve trayecto hasta la sala de juntas los ojos se le habían vuelto a

llenar de lágrimas y se veían rojos. Sacudió la cabeza, negándose a responder,

mientras se acariciaba los brazos. Pero yo no me iba a dar por vencido.

—¿Ha discutido con algún compañero? —le pregunté.

Verla así me estaba matando. Su vulnerabilidad empezó a darme miedo

porque me atraía.

Negó con la cabeza.

—No —susurró, sorbiendo por la nariz.

Maldita sea, apenas le salían las palabras.

—¿Algún compañero le ha hecho un comentario despectivo? —seguí

tanteando.

Volvió a negar.

—¿He sido yo? ¿Le he dicho algo fuera de tono? Muchas veces meto la

pata y no me doy cuenta.

—No, señor Herrera, no ha sido usted —sollozó.

Empecé a desesperarme por su silencio.

—¿Entonces?

Súbitamente prorrumpió a llorar.

Oh, joder...

No quería verla así. No, Dios. Se me estaba cayendo el alma a los pies.

Me acerqué a ella y la envolví en mis brazos. Estaba rígida por los nervios.

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