CAPÍTULO 43

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A la mañana siguiente me levanté bastante bien. No había tenido nada de

fiebre, la cabeza no me dolía y la congestión nasal había desaparecido casi

por completo. Además, me sentía más animada y, aunque quise pensar que

Alfonso Herrera no tenía nada que ver, mucho me temía que sí, que de una

forma u otra ese buen ánimo se debía a él.

La lluvia parecía que nos iba a dar un respiro. El cielo estaba encapotado y

las nubes poseían un color plomizo que daba poca confianza a que no fuera a

caer un aguacero de un momento a otro, pero al menos no amaneció

lloviendo. Yo recé para que al menos la lluvia me dejara llegar a la oficina

sana y salva, sin ningún incidente.

Me puse un pantalón ancho negro, una camisa rosa palo metida por dentro

y una americana del mismo color que los pantalones. Para quitarme la mala

cara que me había dejado la fiebre y los mocos me maquillé el rostro con una

tonalidad nude, me di un poco de antiojeras debajo de los ojos para que no se

vieran tan oscuros y me pinté la boca con un labial rosa de Maybelline.

Al entrar en el edificio de Herrera & Herrera, el guardia de seguridad que

había evitado romperme los dientes (y al que siempre recordaré por eso) me

saludó con una sonrisa y las chicas de recepción me preguntaron

amablemente que cómo me encontraba. Les contesté que ya bien y enfilé la

zona de los ascensores.

Cuando me senté a mi mesa el señor Herrera no había llegado aún. Lo

hizo unos minutos después, cuando estaba enfrascada en la tarea de actualizar

su agenda.

—Buenos días, señor Herrera —lo saludé con mi habitual sonrisa

matutina.

En el día que no lo había visto se me había olvidado lo guapísimo que era,

o tal vez fuera una percepción mía, pero estaba más guapo que nunca.

—Buenos días. ¿Cómo se encuentra? —me preguntó, de pie frente a mi

mesa, y no había rastro de la antipatía y seriedad con la que me saludaba

otros días.

—Muy bien. Ya vuelvo a ser persona otra vez —bromeé.

Asintió.

—Cuando termine de actualizar mi agenda, pásese por mi despacho.

Me cambió la expresión de la cara de golpe. ¿Ya había metido la pata en

algo? ¿Tan pronto? Joder, con lo bien que iba todo. Siempre tenía que

cagarla.

—¿Qué he hecho esta vez? —le pregunté con aprensión en la voz mientras

me hundía en la silla—. ¿He agendado mal alguna de sus reuniones? ¿Otra

cifra repetida en un informe? —tanteé.

—No ha hecho nada, señorita Puente, solo quiero comentarle algo —dijo

el señor Herrera.

Dejé escapar el aire que había estado conteniendo en los pulmones.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora