CAPÍTULO EXTRA

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—¿Alfonso? —dije, al entrar en casa.

—Estoy en el salón —me respondió.

Corrí por el pasillo, deseando verle. Le había comprado una cosita y

quería dársela. Se encontraba sentado a la mesa, trabajando con el portátil.

Varias pilas de papeles descansaban a un lado y a otro. Estábamos metidos de

lleno en la oferta de licitación pública de obra del rascacielos que el magnate

de petróleo quería hacer en Dubái. Una auténtica obra de ingeniería y

arquitectura que pretendía ser más alta que el propio Burj Khalifa.

—Te he comprado algo —anuncié tontorrona, dejando escapar una

sonrisilla.

Alargué el brazo y le tendí la bolsita que llevaba en la mano.

—Mi cumpleaños no es hasta dentro de cuatro meses —dijo con los ojillos

brillantes, al tiempo que cogía la bolsa.

—Lo sé, pero lo he visto y me he acordado de ti. Es una tontería...

—Nada que venga de ti es una tontería, Anahí, pero miedo me da —

bromeó.

—¡Venga, ábrelo! —le apremié, dando unas palmaditas.

Metió la mano en la bolsa y sacó la caja negra que contenía. Mientras sus

enormes manos la abrían me mordisqueé el labio.

—Oh, Dios... No me lo puedo creer —rio cuando lo vio.

—¿Te gusta?

—Es muy bonita —dijo.

La verdad es que el regalo se las traía, no voy a decir que no. Era una

corbata de seda, pero no una corbata cualquiera, no. El fondo era negro y

manchas de todos los colores (de todos) imitaban salpicaduras de pintura. A

mí me encantó cuando la vi, porque aparte de divertida era un símbolo entre

nosotros, un gesto lleno de complicidad. Yo había puesto color en su vida, no

en vano era la señorita Arco Iris, como me llamaban Jerry y él cuando entré a

hacer las prácticas en la compañía.

—¿De verdad te gusta? —le pregunté con la nariz arrugada y un poco

recelosa.

—Mucho. —La extrajo de la caja y la observó detenidamente.

—¿Te la vas a poner algún día? Si no la puedes descambiar. No hay

problema —dije.

—Por supuesto que me la voy a poner. Mañana, sin ir más lejos. Ahora

que gracias a ti conozco los beneficios de la cromoterapia, que has llenado mi

vida y mis espacios de color, la variedad de tonos me va a venir genial para

algunas de las reuniones más importantes.

Dejó la corbata sobre la mesa, se giró hacia mí y agarrándome de la

cintura, me acercó a él y me atrapó entre sus infinitas piernas, cruzándolas

por detrás de mis tobillos.

—Muchas gracias —dijo. Su mirada brilló con todo el amor que sentía,

igual que la mía.

—Me alegro mucho de que te haya gustado.

Me incliné y atrapé sus labios con los míos, besándole profundamente, con

esa necesidad que sentía de él y él de mí, y plenamente conscientes del amor

que nos teníamos.

—Te quiero, chiquitina.

—Y yo a ti, mi amor.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora