CAPÍTULO 44

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Estaba terminándome mi sándwich en la cocina cuando entró el señor

Herrera.

—¿Le queda mucho? —me preguntó.

Alcé los ojos y le miré por debajo de la línea de las pestañas.

—Solo el yogurt —dije, señalando con el dedo el yogurt Yoplait de tarta

de lima que tenía encima de la mesa—, pero termino enseguida.

—No se preocupe, tenemos tiempo de sobra.

Mientras yo le quitaba la tapa al yogurt y hundía la cuchara en él, el señor

Herrera cogió una cápsula del armario y se preparó un café en la máquina

Nespresso.

—Hoy ya tiene mejor cara —comentó, apoyado en el borde de la encimera

donde estaba la cafetera.

Se acercó el vaso de cartón a los labios y dio un sorbito. Madre mía, hasta

verle beber empezaba a resultarme sumamente sexy. Pero no era yo, era él,

que era insoportablemente sexy.

—Sí, ya me encuentro mucho mejor —dije, metiéndome una cucharada de

yogurt en la boca y apartando la mirada de su cuerpo serrano.

—Si se queda con el piso de Madison Avenue, se despreocupará de llegar

calada a la oficina. No tendrá que coger el metro, solo el autobús, y la dejará

justo enfrente del edificio. Solo tardará unos veinte minutos en llegar aquí.

Podrá dormir un poco más.

La verdad es que, se mirase como se mirase, era incapaz de encontrar un

motivo para rechazarlo, y no lo haría a menos que quisiera quedar como una

estúpida. Tal vez tendría que verlo desde otra perspectiva. Como una

empleada de la compañía más grande del país a la que se le da un incentivo y

no como caridad.

Bajamos en silencio en el ascensor hasta el aparcamiento. No había nadie

más excepto nosotros. El olor de su colonia invadía por completo el aire y yo

sentí como si me narcotizara. Aunque no sabía si era por su aroma o por él.

Últimamente no era capaz de controlar las emociones que despertaba en mí.

Me vino a la cabeza la idea de que estábamos inmersos en la típica escena

de libro romántico-erótico en la que los protagonistas terminan follando

como posesos en el ascensor, o metiéndose mano, en su defecto, si el

ascensor va con gente. Estaban todos los ingredientes: un ascensor último

modelo, grande y vacío, un protagonista condenadamente guapo que olía a

las mil maravillas y un significativo silencio de esos que contienen la tensión

sexual e irresistible que existe entre los protagonistas. En la ecuación, claro,

fallaba yo, y fallaba de una manera estrepitosa. Estaba muy lejos de ser la

protagonista de una historia de libro, en la que el jefe se enamora

perdidamente de su secretaria. Yo a mi jefe en vez de ponérsela dura, le

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora