CAPÍTULO 3

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Siguiendo las indicaciones de la recepcionista, enfilé los pasos por el

pasillo de la derecha. Al fondo había un hall con sofás de cuero negro, un par

de mesitas bajas y varias plantas de aire tropical. De una de las muchas

puertas salió una mujer de unos cincuenta años, con el pelo recogido en un

moño bajo y vestida con un serio y clásico traje de chaqueta de color gris.

Porque se movía, sino la hubiera confundido con la pared, del mismo color

que su ropa. ¿Pagaban un plus por mimetizarse con el mobiliario?

Y allí estaba yo. Con mi traje pantalón de color rosa y unos zapatos

negros. Ninguna de las dos cosas era nueva. Confieso que el pantalón tenía

alguna pelotilla en la zona de los bolsillos del roce con la chaqueta y los

zapatos estaban ligeramente desgastados. Pero no me había dado tiempo a ir

de tiendas para comprarme algo más vistoso y tampoco contaba con un

presupuesto boyante para hacerlo. Así que me apañé con lo que en ese

momento eran mis mejores galas. ¡Y a la mierda a quien no le gustara!

—¿Señorita Puente?

—Sí, soy yo.

—Soy Beth Southwich, directora de Recursos Humanos de Herrera &

Herrera —se presentó. Nos estrechamos cordialmente la mano—.

Bienvenida —dijo.

«Bienvenida al averno», pensé para mí.

—Sígame, por favor.

Se giró y yo la seguí.

Entramos en un despacho bastante amplio, con ventanales por los que

entraba la luz del sol, y armarios y estanterías llenas de archivadores y libros.

—Siéntese, por favor —me pidió.

—Gracias.

Cuando me senté, la mujer abrió una carpeta que tenía encima de la mesa

y que imaginé que eran los datos que le había proporcionado la universidad.

—Viene del estado de Virginia, de la universidad de Charlottesville —dijo

—Sí. —Asentí

—Tiene muy buen expediente, señorita Puente —dijo sin levantar los

ojos de los papeles—. Uno de los mejores que han pasado por aquí —apuntó.

—Gracias —dije con cierto orgullo en la voz.

Para mi madre no es importante, pero para mí, haber terminado la carrera

con una nota de 9,92 era motivo de orgullo.

—Le voy a explicar las condiciones bajo las que hará las prácticas, la

remuneración mensual que se le asignará y después la llevaré a conocer al

señor Herrera —dijo la señora Southwich.

El cuerpo se me puso en guardia de inmediato. Había oído tantas cosas

malas y desagradables de él (y no parecía solo mala fama o ruido de fondo),

que, para ser franca, no tenía muchas ganas de conocerlo. ¿Era absolutamente

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