CAPÍTULO 82

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Alfonso Herrera

Entré en Anahí despacio, disfrutando de cada centímetro que hacía mío,

hasta que no hubo nada aparte de ella. Quería estar tan dentro que no supiera

quién era quién.

El deseo se adueñó de mí, arrasando con todo lo que pensaba, con todo lo

que sabía, con todo lo que era, con lo que creía ser. Ese era el poder de Anahí.

Ella tenía la capacidad de que me olvidara de todo lo que era y había sido.

La abracé y marqué un ritmo pausado con las caderas. Quería torturarla

hasta que no pudiera más.

—Más rápido, Alfonso... Por favor... —me pidió.

—No, hoy quiero hacértelo despacio, quiero sentirte, chiquitina...

Suspiró resignada.

Durante un rato me balanceé sobre su cuerpo, entrando y saliendo de ella.

Su suavidad y su calidez eran de otro mundo.

—Joder, me estás matando... —dijo.

Sonreí con malicia.

Me dejé caer a un lado y tiré de Anahí para sentarla sobre mí.

—Yo... ¿encima? —preguntó cortada.

—Sí —respondí.

—Alfonso, se me ven mucho las cic...

—Shhh... —la silencié.

Puse las manos en sus caderas y la moví adelante y atrás para ayudarla a

coger el ritmo. Apreté los dientes cuando empezó a follarme. Santo Dios...

Quería que no acabara nunca, estar así toda la puta vida, con Anahí

montándome.

Las sombras que provocaban las llamas de la chimenea jugueteaban en su

cuerpo dándole un aire místico y tremendamente sensual. Su melena caía

larga por sus hombros con destellos anaranjados. La aparté un poco hacia los

lados y le acaricié los pechos. Mis manos recorrieron su redondez. Pellizqué

sus pezones con el índice y el pulgar hasta que se pusieron duros como

piedras.

Anahí gimió, arqueándose ligeramente hacia atrás.

Llevada por el instinto, empezó a moverse encima de mí. Sus piernas

rodeaban firmemente mis caderas y sus manos acariciaban mi torso, dejando

un reguero de fuego por donde pasaban. ¿Cómo me podía poner tan caliente?

No recuerdo que una mujer me haya excitado tanto en mi vida, ni siquiera

Katrin, a la que quería con devoción.

Se inclinó sobre mí, bajando la cabeza hasta mi cuello y hundiéndose en él

entre jadeos de placer. Me mordí el labio de abajo tan fuerte cuando noté su

aliento en mi piel que me hice daño. Era una jodida locura. Todo lo que

sentía, todo lo que me recorría el cuerpo era una jodida locura.

Mi sangre se había convertido en lava y corría por mis venas,

abrasándome. Y yo solo deseaba que ese fuego me quemara hasta reducirme

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora