Solo tuve que bajarme del coche para darme cuenta de que aquel lugar no
tenía nada que ver con el barrio en el que vivía. No, absolutamente nada que
ver. La avenida, aunque era de una única dirección con dos carriles, era
amplia y los edificios en aquella parte eran bajos, de cinco o seis plantas a lo
sumo, lo que la hacía muy luminosa. El parque, que se extendía a lo largo de
uno de los laterales y pese a que estábamos en otoño, se mantenía con un
césped verde y las hileras de árboles, de hoja perenne, tenían sus ramas
vestidas.
—¿Le gusta la zona? —me preguntó, mientras nos dirigíamos hacia el
portal.
—Sí —asentí.
¿Cómo no me iba a gustar?
—Es una zona tranquila, como puede ver, pero tiene Park Avenue en esa
dirección —apuntó con la mano hacia la izquierda—, y la Quinta Avenida al
otro lado —añadió, señalando a la derecha.
Sacó unas llaves del bolsillo del abrigo y abrió. Atravesamos el bonito
vestíbulo después de saludar al portero, un hombre bastante mayor con el
pelo blanco, y tomamos el ascensor.
Subimos hasta el quinto. Al salir, avanzamos unos pocos metros y el señor
Herrera abrió una puerta de roble situada a la derecha.
—Pase —dijo, cediéndome el paso.
Nada más de entrar casi me da un chungo (como diría Kim). Joooder. Era
sorprendente la cantidad de luz que inundaba el salón, pese a que el día
estaba nublado. No me quise poner los dientes largos imaginando cómo sería
cuando luciera el sol, pero estuve tentada. Yo creo que Alfonso Herrera tuvo
que ver la cara de gilipollas que se me puso.
Allí no había arcos horteras en mitad del pasillo con los que escalabrarte,
la habitación tenía puerta y los muebles no eran de la época de la reina
Victoria.
En una de las paredes había una pequeña librería de color blanco con los
agarradores plateados. Uno de los lados era vitrina, y dentro podían verse
distintos adornos de diseños de colores vivos. La televisión era de plasma y
tenía un tamaño considerable. Frente a la librería había un sofá de color
burdeos. Me sorprendió que los cojines fueran de varias texturas distintas y
colores diferentes. Al lado, había un sillón también en tono burdeos y en el
centro una mesita baja a juego con la librería. Debajo de ella una mullida
alfombra gris. En un rincón había dos jarrones de formas raras, uno blanco y
otro del mismo color que los sillones. De uno de ellos salía un bonito ramo de
flores secas que llegaba hasta la mitad de la pared.
—A la anterior inquilina también le gustaban los colores, como a usted —
comentó el señor Herrera.
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Cicatrices
Fiksi Penggemar(Aclaración: esta historia es una adaptación de una novela original. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada) Sinopsis: Anahí es una becaria que entra a trabajar en una prestigiosa empresa americana. Alfonso es...