CAPÍTULO 7

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A la mañana siguiente por un pelo no llegué tarde. Me equivoqué de

parada al bajarme del puto metro y me tocó ir andando hasta las oficinas.

Aparte de que salí de casa con la hora justita. Lo confieso, pero es que tardé

horrores en decidir qué ponerme para no desentonar con la oscuridad gótica y

casi lúgubre imperante de Herrera & Herrera Company, y a pesar del tiempo

que me tiré pensando con qué presentarme, sabía que no lo había conseguido.

Pero ni siquiera me dio tiempo de desayunar, solo de coger un bagel para

comérmelo cuando encontrara un rato.

Por suerte la cosa no fue a mayores y a las ocho en punto estaba como un

clavo saliendo del ascensor de la última planta camino del despacho del señor

Herrera. ¡Eh!, y sin sufrir ningún otro percance, ni siquiera con las puertas

giratorias. ¡Bien por mí!

Teresa tenía cita con el ginecólogo, por lo que no llegaría hasta un par de

horas después. Eso significaba que en mi segundo día de prácticas tendría que

enfrentarme yo solita a Lucifer. Tal vez debería plantearme en serio lo de

llenar la mesa de crucifijos, estampitas, incluso ajos, como me habían

aconsejado Kim y Layla.

Aprovechando que estaba sola, saqué del bolso el bagel que traía de casa,

lo abrí y le di un mordisco. Estaba tranquilamente saboreándolo cuando

levanté la vista y me encontré con los ojos fiscalizadores del señor Herrera.

Me quedé con los labios paralizados, sin terminar de masticar,

contemplándolo como si fuera imbécil. Seguro que eso era lo que estaba

pensando de mí en ese momento.

¡Joder, qué mirada! ¡Joder, qué... qué todo! El día anterior le había visto

sentado, pero de pie imponía mucho más, si eso era posible. Era una de esas

personas que se quedan con todo el oxígeno de una habitación cuando entran

en ella. Alto, muy alto, estaría cerca del metro noventa, y estilizado, con la

espalda ancha y la cintura estrecha. Bajo la camisa se presumía todo un

intrincado de trabajados músculos. Vamos, un espécimen masculino perfecto.

Paré mis pensamientos en seco. No iban por buena dirección, no.

Llevaba un impecable traje negro que parecía una segunda piel, camisa

blanca —juraría que almidonada—, y corbata gris.

Pero... mierda, ¿no podía haber tardado un par de minutos más en llegar?

Me levanté de la silla de golpe, como si hubiera recibido una descarga

eléctrica en el culo.

Con las mejillas rojas por la pillada, me llevé la mano a la boca para no

parecer un aspersor en pleno funcionamiento cuando hablara.

—Es que no me ha dado tiempo a desayunar —me justifiqué.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora