CAPÍTULO 39

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Alfonso Herrera

Llegué a casa, me duché, me cambié de ropa y me fui a la oficina. No me

apetecía conducir, así que llamé a Demian, el chófer, y le dije que pasara a

recogerme.

En el despacho, lo primero que hice fue encender el ordenador y consultar

qué tenía en la agenda para ese día, aparte de la reunión de las nueve con el

gerente de AWS Enterprise. Activé las alarmas a través del sistema que había

implantado la señorita Puente para que me recordara cada evento en su

momento y busqué la carpeta en la que tenía toda la información sobre el

proyecto que íbamos a llevar a cabo con AWS Enterprise para preparármelo

de cara a la reunión.

Estaba en ello cuando Jerry llamó a la puerta.

—¿Se puede? —preguntó, asomando la cabeza.

—Sí, entra —dije.

—¿Estás preparando la reunión con AWS Enterprise? —dijo, sentándose

en una de las sillas que había enfrente de mi mesa.

—Sí, no quiero que ese proyecto se nos escape de las manos. No es de

gran envergadura, pero en un futuro podría reportarnos muchos beneficios —

contesté.

Me froté el ojo con la mano. Jerry se me quedó mirando.

—¿Has dormido algo esta noche? —curioseó.

—No he dormido nada.

—¿Has estado con Sally en The Purple Line? —dijo con voz pícara.

Moví la cabeza, negando.

—No —respondí—. He estado haciendo de enfermero.

El rostro de Jerry se contrajo sin entender nada, supongo que

preguntándose a quién coño había estado cuidando si no tenía familia y

tampoco pareja o hijos. Evidentemente estaba fuera de toda estadística que

hubiera estado cuidando a mi queridísimo hermano.

—¿De enfermero? ¿A quién has estado cuidando?

—No te lo vas a creer... —le dije. El gesto de Jerry se llenó de confusión

—. A la señorita Puente —respondí finalmente.

Observé como la ceja derecha de Jerry se arqueaba lentamente.

—He debido de entenderte mal. ¿A quién dices que has estado cuidando?

—No has entendido mal, Jerry. He estado cuidando a la señorita Puente.

Jerry echó el torso hacia adelante.

—Alfonso, ¿lo estás diciendo en serio? ¿O me estás tomando el pelo, aunque

no sea el día de los inocentes? —Jerry no salía de su asombro, y la verdad es

que no me extrañaba. Yo mismo estaba sorprendido.

—Estoy hablando muy en serio. Fui a casa a verla y estaba fatal. Tenía

más de treinta y nueve de fiebre. Joder, ¿cómo iba a dejarla sola en ese

estado?

—No me lo puedo creer... —dijo perplejo.

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