Cuando salimos de la oficina, Demian nos esperaba en la puerta del
edificio para llevarnos a Del Posto, una joyita en la escena de la comida
italiana de Nueva York, según me dijo Alfonso cuando íbamos de camino.
Si ya me sentía rara en la oficina, por la nueva situación entre Alfonso y yo,
que un chófer, aunque fuera el de Alfonso, nos llevara a un restaurante a cenar,
terminó de enrarecerme, por decirlo de alguna forma. ¿Os lo imagináis? Yo,
una persona que siempre se ha trasladado a los sitios en metro o en autobús.
No sé... era de locos. Demian nos había acercado también a la fiesta de
Genliant, pero aquella noche estaba tan preocupada de que el vestido ocultara
perfectamente todas mis cicatrices, que había cosas en las que ni siquiera
había pensado, como que Alfonso era uno de los hombres más ricos del país,
con todo lo que ello conllevaba. Un choque brutal entre su mundo y el mío,
que no tenían nada que ver. Iba a tener que hacerme a la idea de eso también.
Me lo apunté en la lista.
—¿Estás bien? —me preguntó Alfonso, sentados en la parte trasera del
coche cuando este iba por la 7th Avenue.
Había subido el cristal que había entre Demian y nosotros y disponíamos
de intimidad.
—Sí —contesté.
Buscó mi mano, la tomó y llevándosela a los labios me dio un beso.
—Del Posto te va a gustar —comentó.
—¿Crees que voy vestida para la ocasión? —le pregunté, algo preocupada
—. A lo mejor tenía que haber ido a casa a cambiarme.
Sonrió con un gesto indulgente en los labios.
—Vas perfecta, Anahí —dijo.
Tuve que creerle. No tenía a nadie más a quien preguntar. Pero, por lo que
me había contado Alfonso, Del Posto no era cualquier sitio, y tenía miedo de
desentonar.
Demian paró justo en frente de la puerta.
El lugar era elegante y oscuro, perfecto para una cena romántica. Las
mesas estaban perfectamente ordenadas, con manteles blancos y sillones de
cuero blanco roto. En el centro de las mismas había una pequeña lamparita
que emitía una luz amarilla brillante. El suelo tenía baldosas con filigranas de
los años setenta y el zócalo estaba revestido de madera oscura.
—Buenas noches, señor Herrera —le saludó uno de los encargados de sala
en tono excesivamente profesional, que salió a recibirnos a la entrada—.
Señorita —dijo, dirigiéndose a mí.
—Buenas noches —respondimos casi a la vez.
—Acompáñenme a su mesa, si son tan amables.
Se giró y Alfonso y yo le seguimos. Que el encargado de sala conociera a
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Cicatrices
Fiksi Penggemar(Aclaración: esta historia es una adaptación de una novela original. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada) Sinopsis: Anahí es una becaria que entra a trabajar en una prestigiosa empresa americana. Alfonso es...