CAPÍTULO 96

87 7 2
                                    

Pronunció mi nombre de una manera que sentí un escalofrío, como si me

lo hubiera musitado lentamente al oído. Oh, Dios...

—¡Quiero que te vayas de una puta vez! —le grité.

No podía con aquello. No podía seguir escuchando todo lo que me estaba

diciendo. La presencia de Alfonso era demasiado imponente en medio del

salón.

Dio otro paso hacia adelante y yo retrocedí nuevamente.

—¿Has llorado por mí? —me preguntó—. ¿Has llorado por el hombre

para quien no eres suficiente? ¿Has llorado por no estar a mi altura?

Lo miré como si le acabaran de crecer dos cabezas. No entendía nada.

¿Volvía a ser el Alfonso Herrera capullo?

—Eres un hijo de puta —le espeté sin pensarlo.

Se le escapó una carcajada seca.

—Pero eso no es nuevo, cariño —apuntó como si nada—. Además, que yo

sea un hijo de puta te viene muy bien...

Bufé.

—¿Bien? ¿Qué narices estás diciendo?

La fuerza de su azulísima mirada hizo que apartase la mía, nerviosa. Me

sentí turbada. Por todo lo que estaba pasando.

—Me refiero a que cuanto más hijo de puta sea yo, más víctima eres tú —

contestó—. Así tienes otra razón más para autocompadecerte.

No podía creer lo que me estaba diciendo. Él conocía mi historia. Sabía lo

que había sufrido con todo lo del incendio y lo que me acomplejaban mis

cicatrices. Me había abierto en canal con él.

Me llevé la mano al pecho mientras daba un paso hacia atrás. Choqué con

la fría pared del extremo del salón. Alfonso dio otro paso y me arrinconó. Miré

a mi alrededor para buscar una escapatoria, pero Alfonso se había convertido en

un enorme muro de un metro noventa imposible de franquear.

—¿No te parece bastante sufrimiento tener la mitad del cuerpo quemado?

—y se lo pregunté sin mirarle, porque me turbaba demasiado.

—Por supuesto. Fue un suceso trágico, pero ya. No puedes dejar que

condicione tu vida, porque ya lo ha hecho durante demasiado tiempo. No

puedes utilizarlo como excusa para hacerte la víctima.

—¡No lo utilizo como excusa!

Alfonso ignoró mi exclamación.

—Solo quieres lo que crees que no puedes alcanzar para seguir

victimizándote.

El corazón me galopó hasta la garganta. Noté cómo la cara se me

descomponía. Sus palabras me estaban destrozando.

—Tú no tienes ni idea de nada —dije. No podía casi hablar, a duras penas

me salían las palabras. Tenía un nudo estrangulándome el pecho.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora