CAPÍTULO 33

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Alfonso Herrera

Lo primero que hice nada más de entrar en mi despacho fue encender el

ordenador y consultar las reuniones que la señorita Puente había agendado

para mí aquel día. Sabía que tenía cita con Grant Rawlins, un magnate

canadiense que estaba pensando ampliar su mercado en Estados Unidos, pero

no tenía ni idea de con quién más tenía que reunirme.

Metí mi clave y navegué por el programa de la empresa hasta la agenda.

La señorita Puente había cambiado en parte el modo en que trabajaba

Teresa. Era mucho más claro, intuitivo y detallado. De un solo vistazo supe

cuántas reuniones tenía, a qué horas y con quién, y, además, había ideado un

sistema por el que saltaría un recordatorio en mi ordenador avisándome de la

reunión que tuviera. Lo activé para ese día, puesto que ella no estaba.

Salí de la agenda y por curiosidad piqué en el listado de clientes, para ver

si tenía la base de datos actualizada. No solo estaba al día, sino que podías

buscar la información por el nombre de la empresa, nombre del

gerente/director, proyecto que se desarrolló, fecha de inicio del proyecto,

fecha de finalización...

Fruncí el ceño.

La señorita Puente era organizada, aplicada y eficiente como un

ratoncillo. Quién lo diría viendo cómo tenía a veces de desordenada su

mesa...

Jerry tenía razón. Era brillante. La señorita Puente me recordó a uno de

esos genios que son tan geniales (perdonadme la redundancia) en su campo

como excéntricos y desordenados en su vida cotidiana. Para ser franco, no sé

por qué me sorprendía, pese a todo. Yo sabía que lo era. Lo había podido

comprobar en los informes y dosieres que le ordenaba hacer. Incluso en el de

la discordia, el que le había mandado realizar sobre la solvencia económica

de la compañía para preparar la oferta de cara a la licitación pública de obra

que íbamos a presentar. Entonces, ¿por qué me había puesto así con ella por

un error? Era un error estúpido. Ella lo sabía y yo también.

Me había puesto como un basilisco con ella porque era un cabrón. Así de

sencillo. La había tomado con la señorita Puente sin ser la culpable de nada.

Había sido una víctima en mis manos.

El primer recordatorio saltó en mi ordenador con una ventana emergente

que me avisaba de que tenía una reunión con Grant Rawlins dentro de diez

minutos. Salí de mis pensamientos con un par de pestañeos y cogí las

carpetas con la información que iba a mostrarle y que la señorita Puente

había dejado preparadas el día anterior.

Estaba en esas cuando Jerry tocó a la puerta.

—Alfonso, Grant Rawlins está ya en la sala de juntas —me informó.

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