CAPÍTULO 48

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Me faltó tiempo para recoger las pocas cosas que tenía en mi

miniapartamento y trasladarme al nuevo. Mi reticencia del principio se

esfumó en cuanto lo vi otra vez. ¡Era una puta pasada! Por suerte (y aunque

suene raro) todo se hizo sin incidentes. Murphy y sus jodidas leyes me dieron

un respiro. La empresa de transportes que contrató el señor Morgan me llevó

las cajas tres días después. Las dos jornadas siguientes me afané en colocarlo

todo cuando llegaba del trabajo, para instalarme cuanto antes, porque

sinceramente, estaba encantada.

A mi madre se lo vestí como que la empresa facilitaba vivienda a los

empleados para acercarles al lugar de trabajo (no mentía, no había nada

escabroso detrás de mi nuevo apartamento ni me lo había ganado haciéndole

mamadas al jefe), y de ahí la inesperada mudanza, y como le daba todo igual,

no hizo preguntas. En cambio, Layla y Kim se quedaron atónitas.

—¡¿Que vives dónde?! —me preguntó Layla sin disimular la sorpresa.

—En Madison Avenue.

—¿Seguro que no hay una cláusula en el contrato que te obligue a follar

con tu jefe tres días a la semana? —se burló.

—No, gilipollas —contesté.

Aunque no me importaría, ejem..., pero esto no se lo dije.

—¿Crees que una mujer follaría obligada con Alfonso Herrera? —planteó

Kim.—

Yo desde luego no, yo incluso pagaría por follármelo —afirmó Layla.

—Chicas, hola —dije, llamando su atención.

—Perdona, cariño. Retomemos la conversación.

—¿Qué coño le pasa a Alfonso Herrera contigo, Anahí? —me preguntó Kim.

—Yo creo que se siente mal por la bronca que tuvimos y trata de

compensarlo.

—¿Solo eso? —La expresión del rostro de Kim mostraba suspicacia.

—Vamos, Kim, Alfonso Herrera no es un héroe romántico ni nada que se le

parezca. No hay nada de eso detrás de sus acciones, si es lo que quieres dar a

entender —contesté—. Es un hombre demasiado pragmático. Además, no

tiene corazón, es lo que dicen, y puedo dar fe de ello. Alfonso Herrera puede

ser el tío más hijo de puta sobre la faz de la Tierra. —Alcé los hombros—.

Simplemente sabe que se ha pasado siete pueblos conmigo y quiere

tranquilizar su conciencia de alguna manera.

—Pues para no tener corazón se toma muchas molestias...

—¡Ya! —corté a Kim.

—A mí todo me parece muy raro —intervino Layla, y acercó su rostro a la

pantalla del móvil para enfatizar sus palabras. Pude verle hasta los pelitos de

la nariz.

—Y a mí —apostilló Kim.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora