Los juegos del hambre V

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📌 Capítulo 6

—¿Qué la hace arder? ¿Es alcohol? —pregunto, mirando a la chica—. Es lo último que... ¡Oh! ¡Yo te conozco!

No era capaz de ponerle nombre ni de ubicar el rostro de la chica, pero estoy segura: pelo rojo oscuro, rasgos llamativos, piel de porcelana blanca. Sin embargo, mientras lo digo, noto que las entrañas se me encogen de ansiedad y culpa al verla, y, aunque no puedo acordarme, sé que existe un mal recuerdo asociado con ella. La expresión de terror que le pasa por la cara sólo sirve para confundirme e incomodarme más. Sacude la cabeza para negarlo rápidamente y se aleja a toda prisa de la mesa.

Cuando miro a mis acompañantes, los cuatro adultos me observan como halcones.

—No seas ridícula, Katniss. ¿Cómo vas a conocer a un avox? —me suelta Effie—. Es absurdo.

—¿Qué es un avox? —pregunto, como si fuera estúpida.

—Alguien que ha cometido un delito; les cortan la lengua para que no puedan hablar —contesta Haymitch—. Seguramente será una traidora. No es probable que la conozcas.

—Y, aunque la conocieras, se supone que no hay que hablar con ellos a no ser que desees darles una orden —dice Effie—. Por supuesto que no la conoces.

Sin embargo, la conozco y, cuando Haymitch pronuncia la palabra traidora, recuerdo de qué, aunque no puedo admitirlo, porque todos se me echarían encima.

—No, supongo que no, es que... —balbuceo, y el vino no me ayuda.

—Delly Cartwright —salta Peeta, chasqueando los dedos—. Eso es, a mí también me resultaba familiar y no sabía por qué. Entonces me he dado cuenta de que es clavada a Delly.

Delly Cartwright es una chica regordeta de cara mustia y pelo amarillento que se parece a nuestra sirvienta tanto como un escarabajo a una mariposa. También es probable que sea la persona más simpática del planeta: sonríe sin parar a todo el mundo en el colegio, incluso a mí. Nunca he visto sonreír a la chica del pelo rojo, pero recojo con gratitud la sugerencia de Peeta.

—Claro, eso era. Debe de ser por el pelo —digo.

—Y también algo en los ojos —añade Peeta.

—Oh, bueno, si es sólo eso —dice Cinna, y la mesa vuelve a relajarse—. Y sí, la tarta tiene alcohol, aunque ya se ha quemado todo. La pedí especialmente en honor de vuestro fogoso debut.

Nos comemos la tarta y pasamos a un salón para ver la repetición de la ceremonia inaugural que están echando por la tele. Hay otras parejas que causan buena impresión, pero ninguna está a nuestra altura. Hasta nuestro equipo deja escapar una exclamación cuando nos ve salir del Centro de Renovación.

—¿De quién fue la idea de cogeros de la mano? —pregunta Haymitch.

—De Cinna —responde Portia.

—El toque justo de rebeldía. Muy bonito.

¿Rebeldía? Me paro a pensarlo un momento y lo entiendo cuando me acuerdo de las otras parejas, distantes y tensas, sin tocarse ni prestarse atención, como si su compañero no existiese, como si los juegos ya hubiesen empezado. Al presentarnos no como adversarios, sino como amigos, hemos destacado tanto como nuestros trajes en llamas.

—Mañana por la mañana es la primera sesión de entrenamiento. Reuníos conmigo para el desayuno y os contaré cómo quiero que os comportéis —nos dice Haymitch a Peeta y a mí—. Ahora id a dormir un poco mientras los mayores hablamos.

Peeta y yo recorremos juntos el pasillo hasta nuestras habitaciones. Cuando llegamos a mi puerta, se apoya en el marco, no para impedir que entre, sino para captar mi atención.

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