📌 Capítulo 15
—No, soy un libro abierto —le susurro—. Todos parecen conocer mis secretos antes que yo misma.
—Por desgracia, creo que es cierto —responde él, sonriendo. Después mira a un lado—. Ya viene Peeta. Siento que tuvierais que cancelar vuestra boda, sé lo muchísimo que debes sentirlo. —Se mete otro azucarillo en la boca y se aleja tranquilamente.
Peeta aparece a mi lado, vestido con un traje idéntico al mío.
—¿Qué quería Finnick Odair? —me pregunta.
Me vuelvo y acerco mis labios a los de Peeta, dejando caer los párpados para imitar a Finnick.
—Me ha ofrecido azúcar y quería saber todos mis secretos —respondo, con voz seductora.
—Puaj, ¿de verdad? —pregunta Peeta, entre risas.
—De verdad. Te contaré el resto cuando deje de sentir escalofríos.
—¿Crees que habríamos acabado así si sólo hubiese ganado uno de nosotros? —pregunta, mirando a los demás vencedores—. ¿Como una parte más de la feria de los monstruos?
—Seguro, sobre todo tú.
—Oh, ¿y por qué sobre todo yo? —pregunta, sonriendo.
—Porque sientes debilidad por las cosas bellas, y yo no —afirmo, con aire de superioridad—. Te atraerían al Capitolio y estarías completamente perdido.
—Saber apreciar la belleza no es lo mismo que sentir debilidad —señala Peeta—. Salvo quizá en lo que respecta a ti. —Empieza la música, veo que las grandes puertas se abren para el primer carro y que la multitud ruge—. ¿Vamos? —Me ofrece una mano para ayudarme a subir.
Subo y lo ayudo a subir después de mí.
—No te muevas —le digo, para poder enderezarle la corona—. ¿Has visto tu traje encendido? Vamos a estar magníficos otra vez.
—Del todo, aunque Portia dice que tenemos que actuar como si estuviésemos por encima de todo. Nada de saludar y demás. ¿Dónde están, por cierto?
—No lo sé. —Sigo con la mirada la procesión de carros—. Puede que sea mejor que nos encendamos solos. —Lo hacemos y, en cuanto empezamos a brillar, la gente nos señala y habla, y sé que, de nuevo, seremos la comidilla de la ceremonia de apertura. Casi estamos en la puerta. Vuelvo la cabeza a izquierda y derecha en su busca, pero ni Portia ni Cinna, que estuvieron con nosotros hasta el último segundo el año pasado, están a la vista—. ¿Se supone que tenemos que ir de la mano este año? —pregunto.
—Supongo que lo dejan a nuestra elección.
Levanto la mirada hacia esos ojos azules que no podrían parecer mortíferos ni con un kilo de maquillaje teatral y recuerdo cómo, justo hace un año, estaba preparada para matarlo, convencida de que él intentaba matarme. Ahora todo está al revés: estoy decidida a conservar su vida, sabiendo que tendré que pagarlo con la mía, aunque una parte de mí que no es tan valiente se alegra de tener al lado a Peeta, y no a Haymitch. Nuestras manos se encuentran sin más discusión. Estaremos juntos en esto, claro.
[...]
Peeta y yo, por otro lado, resultamos tan hipnóticos con nuestros trajes de cambiantes brasas de carbón que la mayoría de los tributos nos miran.
[...]
No nos da tiempo a más antes de que los ayudantes del Capitolio nos dirijan con insistencia a los ascensores. Me da la impresión de que no están cómodos con la camaradería entre los vencedores, a quienes no podría importarles menos. Al dirigirme a los ascensores, todavía de la mano de Peeta, alguien se acerca rápidamente a mi lado. La chica se quita un tocado de ramas con hojas de la cabeza y lo tira detrás de ella sin molestarse en ver dónde cae.
Johanna Mason, del Distrito 7. Madera y papel, de ahí el árbol. Ganó haciéndose pasar de forma muy convincente por una enclenque indefensa, de modo que nadie le hiciese caso. Después demostró tener una cruel habilidad para el asesinato. Se agita el pelo de punta y pone los ojos, separados y castaños, en blanco.
—¿No os parece un traje horrible? Mi estilista es la persona más idiota del Capitolio. Nuestros tributos llevan siendo árboles cuarenta años seguidos por su culpa. Ojalá me hubiese tocado Cinna. Estás estupenda.
Charla de chicas, lo que peor se me da en el mundo. Opinar sobre ropa, pelo, maquillaje... Así que miento.
—Sí, me ha estado ayudando a diseñar mi propia línea de ropa. Deberías ver lo que es capaz de hacer con el terciopelo. —Terciopelo, la única tela que se me ocurre.
—Lo he visto, en tu gira. ¿Sabes ese modelo sin tirantes que llevaste en el Distrito 2, el azul intenso con diamantes? Era tan fantástico que me habría gustado meter la mano en la pantalla y arrancártelo de la espalda —dice Johanna.
«Ya te digo —pienso—. Y, de paso, llevarte unos centímetros de piel.» Mientras esperamos a que lleguen los ascensores, Johanna se baja la cremallera del resto del árbol y lo deja caer al suelo, apartándolo de una patada. Salvo por sus zapatillas verde bosque, no tiene encima nada de ropa.
—Así está mejor —comenta.
Acabamos en el mismo ascensor con ella, y se pasa toda la subida a la séptima planta charlando con Peeta sobre sus cuadros, mientras la luz del traje de él, que todavía brilla, se refleja en sus pechos desnudos. Cuando se va, no hago caso de mi compañero, pero sé que está sonriendo. Aparto su mano cuando salen Chaff y Seeder y volvemos a quedarnos solos, y él se echa a reír.
—¿Qué? —exclamo, dándole la espalda cuando salimos a nuestra planta.
—Eres tú, Katniss, ¿no te das cuenta?
—¿Soy yo el qué?
—La razón por la que actúan así. Finnick con los azucarillos, Chaff con el beso y todo el numerito de Johanna desnudándose. —Intenta ponerse un poco más serio, sin éxito—. Juegan contigo porque eres muy... ya sabes.
—No, no lo sé —respondo, y la verdad es que no tengo ni idea de qué habla.
—Es como cuando estaba desnudo en la arena y no querías mirarme, a pesar de que me moría. Eres muy... inocente —dice, al fin.
—¡No lo soy! ¡Me he pasado el último año prácticamente arrancándote la ropa cada vez que aparecía una cámara!
—Sí, pero... Es decir, para el Capitolio eres una persona inocente —insiste, intentando tranquilizarme—. Para mí eres perfecta. Lo hacen para pincharte.
—No, se ríen de mí, ¡igual que tú!
—No —afirma Peeta, sacudiendo la cabeza, pero todavía está reprimiendo una sonrisa. Empiezo a reconsiderar seriamente cuál de los dos debería salir con vida de estos juegos. Entonces se abre el otro ascensor.
Haymitch y Effie se unen a nosotros, y parecen contentos por algo. Entonces Haymitch se pone serio.
«¿Y ahora qué he hecho?», pienso, y estoy a punto de decirlo cuando veo que mira algo detrás de mí, en la entrada al comedor.
Effie parpadea en la misma dirección y dice con alegría:
—Parece que te han buscado una pareja a juego este año.
Me vuelvo y me encuentro con la chica avox pelirroja que cuidó de mí el año pasado, hasta que empezaron los juegos. Me gusta tener un amigo aquí. Después me fijo en el joven que hay a su lado, otro avox, también pelirrojo. A eso se refería Effie con la pareja a juego, supongo.
Entonces noto un escalofrío, porque a él también lo conozco, no del Capitolio, sino por años de conversaciones tontas en el Quemador, bromeando sobre la sopa de Sae la Grasienta, y por aquel último día en que lo vi inconsciente en la plaza, mientras Gale se desangraba.
Nuestro nuevo avox es Darius.
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Everlark a través de los libros
DiversosRecopilación de los fragmentos de los libros de la saga de Los Juegos del Hambre [Suzanne Collins] donde se desarrolla la historia de Katniss Everdeen y Peeta Mellark.