Los juegos del hambre VIII

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📌 Capítulo 9

Traición. Es lo primero que siento aunque resulte ridículo, porque, para que haya traición, debe haber primero confianza, y entre Peeta y yo la confianza nunca ha formado parte del acuerdo. Somos tributos. Sin embargo, el chico que se arriesgó a recibir una paliza por darme pan, el que me ayudó a no caerme del carro, el que me encubrió con el asunto de la chica avox, el que insistió en que Haymitch conociera mis habilidades como cazadora... ¿Acaso parte de mí no podía evitar confiar en él?

Por otro lado, me alivia dejar de fingir que somos amigos. Es obvio que se ha cortado cualquier débil vínculo que hayamos sentido tontamente, y ya era hora, porque los juegos empiezan dentro de dos días y la confianza no sería más que una debilidad. No sé qué habrá propiciado la decisión de Peeta (aunque sospecho que tiene que ver con que lo aventajase en el entrenamiento), pero me alegro. Quizá por fin haya aceptado el hecho de que, cuanto antes reconozcamos abiertamente que somos enemigos, mejor.

[...]

-¿Cuál es el enfoque de Peeta? ¿O no puedo preguntarlo?

-Intentará ser simpático. Sabe cómo reírse de sí mismo, le sale de forma natural. Por otro lado, cuando abres la boca pareces malhumorada y hostil.

-¡No es verdad!

[...]

Nos reunimos con el resto del equipo del Distrito 12 en el ascensor. Portia y los suyos han trabajado mucho: Peeta está impresionante con su traje negro con adornos de llamas. Aunque tenemos buen aspecto juntos, es un alivio que no vayamos vestidos exactamente igual.

[...]

Justo antes de que salgamos a desfilar por el escenario, Haymitch se nos acerca por detrás y gruñe:

-Recordad, seguís siendo una pareja feliz, así que actuad como si lo fuerais.

¿Qué? Creía que habíamos dejado eso cuando Peeta pidió entrenamientos separados, pero supongo que se trataba de una cosa privada, no pública. En cualquier caso, no tenemos mucho espacio para interactuar, ya que caminamos de uno en uno hasta nuestros asientos y ocupamos nuestros sitios.

[...]

Me paso aturdida la primera parte de la entrevista de Peeta, aunque veo que tiene al público en sus manos desde el principio; los oigo reír y gritar. Está utilizando lo de ser el hijo del panadero para comparar a los tributos con los panes de sus distritos. Después cuenta una anécdota divertida sobre los peligros de las duchas del Capitolio.

-Dime, ¿todavía huelo a rosas? -le pregunta a Caesar, y después se pasan un rato olisqueándose por turnos, lo que hace que todos se partan de risa. Empiezo a recuperar la concentración cuando Caesar le pregunta si tiene una novia en casa.

Peeta vacila y después sacude la cabeza, aunque no muy convencido.

-¿Un chico guapo como tú? Tiene que haber una chica especial. Venga, ¿cómo se llama?

-Bueno, hay una chica -responde él, suspirando-. Llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero estoy bastante seguro de que ella no sabía nada de mí hasta la cosecha.

La multitud expresa su simpatía: comprenden lo que es un amor no correspondido.

-¿Tiene a otro?

-No lo sé, aunque les gusta a muchos chicos.

-Entonces te diré lo que tienes que hacer: gana y vuelve a casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh? -lo anima Caesar.

-Creo que no funcionaría. Ganar... no ayudará, en mi caso.

-¿Por qué no? -pregunta Caesar, perplejo.

-Porque... -empieza a balbucear Peeta, ruborizándose-. Porque... ella está aquí conmigo.

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