Los juegos del hambre IX

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📌 Capítulo 10

Durante un momento, las cámaras se quedan clavadas en la mirada cabizbaja de Peeta, mientras todos asimilan lo que acaba de decir. Después veo mi cara, boquiabierta, con una mezcla de sorpresa y protesta, ampliada en todas las pantallas: ¡soy yo! ¡Dios mío, se refiere a mí! Aprieto los labios y miro al suelo, esperando esconder así las emociones que empiezan a hervirme dentro.

-Vaya, eso sí que es mala suerte -dice Caesar, y parece sentirlo de verdad.

La multitud le da la razón en sus murmullos y unos cuantos han soltado grititos de angustia.

-No es bueno, no -coincide Peeta.

-En fin, nadie puede culparte por ello, es difícil no enamorarse de esa jovencita. ¿Ella no lo sabía?

-Hasta ahora, no -responde Peeta, sacudiendo la cabeza.

Me atrevo a mirar un segundo a la pantalla, lo bastante para comprobar que mi rubor es perfectamente visible.

-¿No les gustaría sacarla de nuevo al escenario para obtener una respuesta? -pregunta Caesar a la audiencia, que responde con gritos afirmativos-. Por desgracia, las reglas son las reglas, y el tiempo de Katniss Everdeen ha terminado. Bueno, te deseo la mejor de las suertes, Peeta Mellark, y creo que hablo por todo Panem cuando digo que te llevamos en el corazón.

El rugido de la multitud es ensordecedor; Peeta nos ha borrado a todos del mapa al declarar su amor por mí. Cuando el público por fin se calla, mi compañero murmura un «gracias» y regresa a su asiento. Nos levantamos para el himno; yo tengo que alzar la cabeza, porque es una muestra de respeto obligatoria, y no puedo evitar ver que en todas las pantallas aparece una imagen de nosotros dos, separados por unos cuantos metros que, en las mentes de los espectadores, deben de parecer insalvables. Pobre pareja trágica.

Sin embargo, yo sé la verdad.

Después del himno, los tributos nos ponemos en fila para volver al vestíbulo del Centro de Entrenamiento y sus ascensores. Me aseguro de no meterme en el mismo que Peeta. La muchedumbre frena a nuestro séquito de estilistas, mentores y acompañantes, así que nos quedamos solos; no hablamos. Mi ascensor deja a cuatro tributos antes de quedarme sola y llegar a la planta doce. Peeta acaba de salir del ascensor cuando me acerco a él y le pego un empujón en el pecho; él pierde el equilibrio y se estrella contra una fea urna llena de flores artificiales. La urna se cae y se hace añicos en el suelo, Peeta aterriza encima de los pedazos y las manos empiezan a sangrarle de inmediato.

-¿A qué viene esto? -me pregunta, horrorizado.

-¡No tenías derecho! ¡No tenías derecho a decir esas cosas sobre mí!

Los ascensores se abren y aparece todo el grupo: Effie, Haymitch, Cinna y Portia.

-¿Qué está pasando? -pregunta Effie, con un deje de histeria en la voz-. ¿Te has caído?

-Después de que ella me empujara -responde Peeta, mientras Effie y Cinna lo ayudan a levantarse.

-¿Lo has empujado? -me pregunta Haymitch.

-Ha sido idea tuya, ¿verdad? ¿Lo de convertirme en una idiota delante de todo el país?

-Fue idea mía -interviene Peeta, mientras se quita trozos de cerámica de las manos-. Haymitch sólo me ayudó a desarrollarla.

-Sí, Haymitch es una gran ayuda... ¡para ti!

-Eres una idiota, sin duda -dice Haymitch, asqueado-. ¿Crees que te ha perjudicado? Este chico acaba de darte algo que nunca podrías lograr tú sola.

-¡Me ha hecho parecer débil!

-¡Te ha hecho parecer deseable! Y, reconozcámoslo, necesitas toda la ayuda posible en ese tema. Eras tan romántica como un trozo de roca hasta que él dijo que te quería. Ahora todos te quieren y sólo hablan de ti. ¡Los trágicos amantes del Distrito 12!

Everlark a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora