Los juegos del hambre II

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📌 Capítulo 3

Alguien más entra en la habitación y, cuando miro, me sorprende ver al panadero, el padre de Peeta Mellark. No puedo creerme que haya venido a visitarme; al fin y al cabo, pronto estaré intentando matar a su hijo. Pero nos conocemos un poco, y él conoce incluso mejor a Prim, porque, cuando mi hermana vende sus quesos en el Quemador, siempre le guarda dos al panadero y él le da una generosa cantidad de pan a cambio. Es mucho más amable que la bruja de su mujer, así que esperamos a que ella no esté. Seguro que él nunca le habría pegado a su hijo por el pan quemado como lo hizo ella. En cualquier caso, ¿por qué ha venido a verme?

[...]

He hecho bien en no llorar, porque la estación está a rebosar de periodistas con cámaras apuntándome a la cara, como insectos. Pero tengo mucha experiencia en no demostrar mis sentimientos, y eso es lo que hago. Me veo de reojo en la pantalla de televisión de la pared, en la que están retransmitiendo mi llegada en directo, y me alegra comprobar que parezco casi aburrida.

Por otro lado, no cabe duda de que Peeta Mellark ha estado llorando y, curiosamente, no intenta esconderlo. Me pregunto al instante si será su estrategia en los juegos: parecer débil y asustado para que los demás crean que no es competencia y después dar la sorpresa luchando. A una chica del Distrito 7, Johanna Mason, le funcionó muy bien hace unos años. Parecía una idiota llorica y cobarde por la que nadie se preocupó hasta que sólo quedaba un puñado de concursantes. Al final resultó ser una asesina despiadada; una estrategia muy inteligente, pero extraña para Peeta Mellark, porque es el hijo de un panadero. Siempre ha tenido comida de sobra y bandejas de pan que mover de un lado a otro, por lo que es ancho de espaldas y fuerte. Harían falta muchos lloriqueos para convencer a alguien de que lo pasase por alto.

[...]

Effie Trinket viene a recogerme para la cena, y la sigo por un estrecho y agitado pasillo hasta llegar a un comedor con paredes de madera pulida.

Hay una mesa en la que todos los platos son muy frágiles, y Peeta Mellark está sentado esperándonos, con una silla vacía a su lado.

-¿Dónde está Haymitch? -pregunta Effie, en tono alegre.

-La última vez que lo vi me dijo que iba a echarse una siesta -responde Peeta.

-Bueno, ha sido un día agotador -comenta ella, y creo que se siente aliviada por la ausencia de Haymitch. ¿Quién puede culparla?

La cena sigue su curso: una espesa sopa de zanahorias, ensalada verde, chuletas de cordero y puré de patatas, queso y fruta, y una tarta de chocolate. Effie Trinket se pasa toda la comida recordándonos que tenemos que dejar espacio, porque quedan más cosas, pero yo me atiborro, porque nunca había visto una comida así, tan buena y abundante, y porque probablemente lo mejor que puedo hacer hasta que empiecen los juegos es ganar unos cuantos kilos.

-Por lo menos tenéis buenos modales -dice Effie, mientras terminamos el segundo plato-. La pareja del año pasado se lo comía todo con las manos, como un par de salvajes. Consiguieron revolverme las tripas.

La pareja del año pasado eran dos chicos de la Veta que nunca en su vida habían tenido suficiente para comer. Seguro que, cuando tuvieron toda aquella comida delante, los buenos modales en la mesa fueron la menor de sus preocupaciones. Peeta es hijo de panadero; mi madre nos enseñó a Prim y a mí a comer con educación, así que, sí, sé manejar el cuchillo y el tenedor, pero me asquea tanto el comentario que me esfuerzo por comerme el resto de la comida con los dedos. Después me limpio las manos en el mantel, lo que hace que Effie apriete los labios con fuerza.

Una vez terminada la comida, tengo que esforzarme por no vomitarla y veo que Peeta también está un poco verde. Nuestros estómagos no están acostumbrados a unos alimentos tan lujosos.

[...]

-Vuestro mentor tiene mucho que aprender sobre la presentación y el comportamiento en la televisión.

-Estaba borracho -responde Peeta, riéndose de forma inesperada-. Se emborracha todos los años.

-Todos los días -añado, sin poder reprimir una sonrisita.

Effie hace que parezca como si Haymitch tuviese malos modales que pudieran corregirse con unos cuantos consejos suyos.

-Sí, qué raro que os parezca tan divertido a los dos. Ya sabéis que vuestro mentor es el contacto con el mundo exterior en estos juegos, el que os aconsejará, os conseguirá patrocinadores y organizará la entrega de cualquier regalo. ¡Haymitch puede suponeros la diferencia entre la vida y la muerte!

En ese preciso momento, Haymitch entra tambaleándose en el compartimento.

-¿Me he perdido la cena? -pregunta, arrastrando las palabras. Después vomita en la cara alfombra y se cae encima de la porquería.

-¡Seguid riéndoos! -exclama Effie Trinket; acto seguido se levanta de un salto, rodea el charco de vómito subida a sus zapatos puntiagudos y sale de la habitación.

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