📌 Capítulo 27
―Buenas noches ―susurro al arco en mi mano y siento cómo se queda tranquilo. Elevo mi brazo izquierdo y giro mi cuello hacia la abertura en la manga de mi camisa. En vez de eso, mis dientes se hunden en carne. Elevo de un tirón mi cabeza confundida para encontrarme mirando a los ojos de Peeta, sólo que ahora sostienen mi mirada. La sangre corre desde las marcas de mis dientes en la mano que él ha puesto sobre mi nightlock―.¡Déjame ir! ―le gruño, tratando de arrancar mi brazo de su agarre.
―No puedo ―dice. Mientras me alejan de él, siento que tiran del bolsillo de mi manga, veo la píldora violeta oscuro caer a la tierra, veo el último regalo de Cinna ser aplastado bajo la bota del guardia.
[...]
Ya no siento ninguna alianza hacia esos monstruos llamados seres humanos, a pesar de ser uno de ellos. Creo que Peeta estaba pensando en algo sobre nosotros destruyéndonos unos a otros para dejar a algunas especies decentes hacerse con el control. Porque algo está significativamente mal con estas criaturas que sacrifican la vida de sus niños para resolver sus diferencias.
[...]
Como un buen mentor, Haymitch me hace comer un sándwich y luego finge que cree que estoy dormida por el resto del viaje. Se mantiene ocupado yendo a través de cada compartimento del aerodeslizador, encontrando licor, y metiéndolo en su bolsa. Es de noche cuando aterrizamos en los prados verdes de la Aldea de los Vencedores. La mitad de las casas tienen luz en las ventanas, incluyendo la de Haymitch y la mía. No en la de Peeta. Alguien ha encendido un fuego en mi cocina. Me siento en la mecedora ante él, apretando la carta de mi madre.
[...]
Me despierto de un salto. La pálida luz de la mañana se asoma por los límites de las persianas. El raspar de las palas continua. Aún en medio de la pesadilla, corro por el pasillo, hacia la puerta del frente, y alrededor del lado de la casa, porque estoy muy segura que puedo gritarle a los muertos. Cuando lo veo, me detengo de inmediato. Su rostro está sonrojado por haber estado cavando en la tierra bajo las ventanas. En la carretilla, hay cinco arbustos ralos.
―Volviste ―digo.
―El doctor Aurelius no me dejó irme del Capitolio hasta ayer ―dice Peeta―. En relación a eso, me dijo que no puede fingir que te está tratando por siempre. Tienes que contestar el teléfono.
Él se ve bien. Delgado y cubierto por cicatrices de quemadura como yo, pero sus ojos han perdido esa imagen torturada y nublada. Sin embargo, está frunciendo el ceño ligeramente mientras me mira. Hago un esfuerzo de corazón para sacar el cabello de mis ojos y darme cuenta de que está enmarañado en nudos. Me siento a la defensiva.
―¿Qué estás haciendo?
―Fui al bosque esta mañana a desenterrar estas. Para ella ―dice―. Pensé que podíamos plantarlas a lo largo del costado de la casa.
Miro a los arbustos, los montones de tierra colgando de sus raíces, y mi aliento se frena cuando la palabra rosa se registra. Estoy a punto de gritar cosas desagradables a Peeta cuando el nombre completo viene a mí. No sólo rosa sino primrose de la noche. La flor por la que fue llamada mi hermana. Le doy a Peeta un asentimiento y me apresuro dentro de la casa, trabando la puerta detrás de mí.
[...]
En la mañana, se sienta estoicamente mientras le limpio los cortes, pero quitarle la espina de su pata acarrea una ronda de esos maullidos de gatito. Ambos terminamos llorando de nuevo, sólo que esta vez nos confortamos uno al otro. Con la fuerza de esto, abro la carta que Haymitch me dio de mi madre, marco el número de teléfono y lloro con ella también. Peeta, llevando una hogaza de pan, aparece con Sae la Grasienta. Ella nos hace el desayuno y le doy todo mi tocino a Buttercup.
Lentamente, con muchos días perdidos, vuelvo a la vida. Trato de seguir el consejo del doctor Aurelius, sólo pasar por las propuestas de resolución, sorprendida de que una finalmente tenga significado. Le digo mi idea sobre el libro, una enorme caja de hojas de pergamino llega para mí en el próximo tren del Capitolio.
Obtuve la idea del libro de plantas de nuestra familia. El lugar donde plasmábamos esas cosas que no puedes confiar a la memoria. Las páginas comienzan con la imagen de la persona, una fotografía si podemos encontrarla. Si no, un bosquejo o pintura de Peeta. Luego, en mi escritura más cuidadosa, vienen todos los detalles que sería un crimen olvidar. Lady lamiendo la mejilla de Prim. La risa de mi padre. El padre de Peeta con las galletas. El color de los ojos de Finnick. Lo que Cinna podía hacer con un trozo de seda. Boggs reprogramando el Holo. Rue suspendida en sus dedos, los brazos ligeramente extendidos, como un pájaro a punto de volar. Uno tras otro. Sellamos las páginas con agua salada y prometemos vivir correctamente para darle valor a sus muertes. Haymitch finalmente se nos une, contribuyendo con veintitrés años de tributos que él fue forzado a guiar. Las adiciones disminuyen. Los viejos recuerdos emergen. Una primrose tardía preservada en las páginas. Pequeños trozos de felicidad, como la foto del hijo recién nacido de Finnick y Annie.
Aprendemos a mantenernos ocupados de nuevo. Peeta hornea. Yo cazo. Haymitch bebe hasta que se queda sin licor, y luego cría gansos hasta que el próximo tren llega. Afortunadamente, los gansos pueden cuidarse perfectamente a sí mismos. No estamos solos. Unos pocos cientos también han regresado porque, lo que sea que haya pasado, este es nuestro hogar. Con las minas cerradas, quitan las cenizas de la tierra y plantan comida. Máquinas del Capitolio rompen la tierra para una nueva fábrica donde haremos medicinas. Aunque nadie la alimenta, la pradera se vuelve verde nuevamente.
Peeta y yo volvemos a unirnos. Aún hay momentos donde él aprieta la parte trasera de la silla y se sostiene hasta que los recuerdos se han terminado. Yo despierto gritando de pesadillas sobre mutos y niños perdidos. Pero sus brazos están ahí para confortarme. Y finalmente sus labios. En la noche en que siento esa cosa de nuevo, el hambre que me controló en la playa, sé que esto habría pasado de todas formas. Que lo que necesito para sobrevivir no es el fuego de Gale, encendido por la rabia y el odio. Tengo bastante fuego en mí misma. Lo que necesito es el diente de león en la primavera. El amarillo brillante que significa renacimiento en vez de destrucción. La promesa de que la vida puede continuar, sin importar lo malo de nuestras pérdidas. Que puede ser buena de nuevo. Y sólo Peeta puede darme eso.
Así que después, cuando él susurra:
―Tú me amas. ¿Real o no real?
Le digo:
―Real.
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Everlark a través de los libros
RandomRecopilación de los fragmentos de los libros de la saga de Los Juegos del Hambre [Suzanne Collins] donde se desarrolla la historia de Katniss Everdeen y Peeta Mellark.