📌 Capítulo 25
Cato ha salido pitando hacia la Cornucopia, así que lo sigo sin planteármelo. Si él cree que es el lugar más seguro, ¿quién soy yo para decir lo contrario? Además, aunque pudiera llegar a los árboles, Peeta no podría correr más que ellos con la pierna mala... ¡Peeta! Acabo de tocar el metal del extremo puntiagudo de la Cornucopia cuando recuerdo que formo parte de un equipo. Peeta está unos catorce metros por detrás de mí, cojeando lo más deprisa que puede; los mutos lo están alcanzando. Lanzo una flecha hacía la manada y uno cae, pero hay muchos para ocupar su lugar.
-¡Vete, Katniss, vete! -me grita, señalando el cuerno.
Tiene razón, no puedo protegernos desde el suelo. Empiezo a trepar, a escalar la Cornucopia con pies y manos.
[...]
Sin embargo, justo cuando estoy a punto de disparar, Peeta grita. Me vuelvo y veo que acaba de llegar a la punta del cuerno, aunque los mutos le pisan los talones.
-¡Trepa! -chillo.
Peeta empieza a subir con dificultad, no sólo por culpa de la pierna, sino del cuchillo que lleva en la mano. Disparo una flecha que le da en el cuello al primer muto que pone las patas sobre el metal. Al morir, la criatura se estremece y, sin querer, hiere a varios de sus compañeros. Entonces le puedo echar un buen vistazo a las uñas: diez centímetros y afiladas como cuchillas.
Peeta llega a mis pies, así que lo cojo del brazo y lo subo. Entonces recuerdo que Cato está esperando arriba y me vuelvo rápidamente, pero sigue tirado en el suelo, con retortijones y, al parecer, más preocupado por los mutos que por nosotros. Tose algo ininteligible; los ruidos de bufidos y gruñidos de las mutaciones no me ayudan.
-¿Qué? -le grito.
-Ha preguntado si pueden trepar -responde Peeta, haciendo que le preste atención de nuevo a la base del cuerno.
[...]
-¿Katniss? -noto que Peeta me coge del brazo.
-¡Es ella!
-¿Quién?
Muevo la cabeza de un lado a otro para examinar la manada, tomando nota de tamaños y colores. La pequeña del pelo rojo y los ojos color ámbar..., ¡la Comadreja! ¡Y allí está el pelo ceniza y los ojos color avellana del chico del Distrito 9 que murió luchando por la mochila! Y, lo peor de todo, veo al muto más pequeño, el de reluciente pelaje oscuro, enormes ojos castaños y un collar de paja trenzada que dice 11; enseña los dientes, rabioso. Rue...
-¿Qué pasa, Katniss? -insiste Peeta, sacudiéndome por los hombros.
-Son ellos, todos ellos. Los otros. Rue, la Comadreja y... todos los demás tributos -respondo, con voz ahogada.
-¿Qué les han hecho? -pregunta Peeta al reconocerlos, horrorizado-. ¿Crees..., crees que son sus ojos de verdad?
[...]
Un par de dientes se cierran a pocos centímetros de mi mano y oigo gritar a Peeta; siento el tirón de su cuerpo, el peso de chico y muto arrastrándome hacia el borde. De no ser por mi brazo, él habría acabado en el suelo, pero, tal como está la cosa, necesito toda mi fuerza para mantenernos a los dos en el extremo curvo del cuerno; y vienen más tributos.
-¡Mátalo, Peeta, mátalo! -le grito y, aunque no veo qué pasa exactamente, sé que tiene que haber atravesado a la criatura, porque no tiran tanto de mí.
Logro subirlo de nuevo al cuerno y nos arrastramos a la parte alta, donde nos espera el menos malo de nuestros problemas.
[...]
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Everlark a través de los libros
De TodoRecopilación de los fragmentos de los libros de la saga de Los Juegos del Hambre [Suzanne Collins] donde se desarrolla la historia de Katniss Everdeen y Peeta Mellark.