El llamas lll

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📌 Capítulo 3

La habitación me da vueltas lentas y torcidas, y me pregunto si me desmayaré. Me inclino hacia delante y agarro el escritorio con una mano, mientras sostengo la preciosa galleta de Peeta con la otra. Creo que tiene dibujado un lirio naranja, pero la he dejado hecha migas dentro del puño. Ni siquiera me había dado cuenta de que la aplastaba, aunque supongo que tenía que sujetarme a algo mientras mi mundo giraba fuera de control.

[...]

Tengo que calmar el descontento y tranquilizar al presidente. Y ¿cómo? Pues demostrándole a todo el país sin dejar lugar a dudas que amo a Peeta Mellark.

«No puedo hacerlo —pienso—. No soy tan buena.» Peeta es el bueno, el que gusta a todo el mundo. Puede hacer que la gente se crea cualquier cosa. Yo soy la que se cierra, se sienta y deja que él se encargue de hablar. Sin embargo, no es Peeta el que tiene que probar su devoción, sino yo.

[...]

Además, hizo algo maravilloso cuando llegué al distrito. Después de que nuestras familias y amigos nos saludaran a Peeta y a mí en la estación de tren, permitieron que los periodistas nos hiciesen algunas preguntas. Alguien le preguntó a mi madre qué le parecía mi nuevo novio, y ella contestó que, aunque Peeta era todo lo que un joven debería ser, yo no era lo bastante mayor para tener novio. Después de decirlo le lanzó una mirada severa a Peeta. Se oyeron muchas risas y comentarios de los periodistas al estilo de: «Alguien se ha metido en un lío». Peeta me soltó la mano de inmediato y se apartó un paso de mí, aunque no duró mucho (había demasiada presión para actuar de otro modo), pero nos dio una excusa para ser un poquito más reservados de lo que habíamos sido en el Capitolio, y quizá ayude a explicar lo poco que se me ha visto en compañía de Peeta desde que se fueron las cámaras.

[...]

Todavía me quedan tres personas en las que podría confiar, empezando por Cinna, mi estilista. No obstante, creo que Cinna ya podría estar en peligro y no quiero aumentar sus problemas haciendo que se acerque más a mí. Después tengo a Peeta, que será mi compañero de engaños, aunque ¿cómo comienzo la conversación?: «Oye, Peeta, ¿recuerdas que te dije que fingía un poco estar enamorada de ti? Bueno, necesito que lo olvides ahora mismo y hagas como que estás todavía más enamorado de mí, porque, si no, el presidente matará a Gale». No puedo hacerlo. En cualquier caso, Peeta lo hará bien, sepa lo que se juega o no. Eso me deja con Haymitch. El borracho, malhumorado y peleón de Haymitch, al que acabo de echarle un cubo de agua helada en la cabeza. Como mentor en los juegos, su deber consistía en mantenerme viva, así que espero que siga dispuesto a hacer el trabajo.

[...]

Tu talento es la actividad a la que te dedicas, puesto que ya no hace falta que trabajemos ni en el colegio, ni en la industria de nuestro distrito. En realidad puede ser cualquier cosa, cualquier cosa que sirva para que te pregunten por ella en una entrevista. Resulta que Peeta sí que tiene un talento: la pintura. Lleva años glaseando pasteles y galletas en la panadería de su familia, pero, ahora que es rico, puede permitirse manchar lienzos con pintura de verdad.

[...]

Al principio no veo bien por culpa de la nieve, que está cayendo con fuerza. Después distingo a Peeta saliendo por su puerta principal. Oigo en la cabeza la orden del presidente: «Convénceme a mí». Y sé que debo hacerlo.

Esbozo una enorme sonrisa y empiezo a andar hacia Peeta. Después, como si no pudiera aguantar un segundo más, comienzo a correr; él me agarra al vuelo y me empieza a dar vueltas, hasta que resbala (todavía no controla del todo su pierna artificial), y los dos caemos en la nieve, conmigo encima, y nos damos nuestro primer beso desde hace meses. A pesar de estar lleno de pieles, nieve y pintalabios, bajo todo eso noto la fortaleza de Peeta y sé que no estoy sola. Por mucho daño que le haya hecho, no me dejará en evidencia delante de las cámaras, no me condenará con un beso a medias. No sé por qué, pero esa idea me da ganas de llorar, aunque me contengo y lo ayudo a levantarse, metiendo mi guante por debajo de su brazo y tirando de él.

[...]

—Si pudieras ayudarme en este viaje... —empiezo.

—No, Katniss, no es sólo el viaje.

—¿Qué quieres decir?

—Aunque lo logres, volverán dentro de unos cuantos meses para llevarnos a todos a los juegos. Ahora Peeta y tú sois mentores, lo seréis todos los años a partir de este momento. Y todos los años volverán a revivir el romance y a televisar todos los detalles de vuestra vida privada, así que nunca jamás podrás hacer otra cosa que no sea vivir feliz para siempre con ese chico.

Por fin noto el impacto real de lo que me dice: nunca viviré con Gale, aunque quiera. Nunca podré vivir sola. Tendré que estar enamorada para siempre de Peeta. El Capitolio insistirá en ello. Quizá me queden unos cuantos años de libertad para estar con mi madre y Prim, porque sólo tengo dieciséis, pero después... después...

—¿Entiendes lo que te digo? —insiste Haymitch.

Asiento. Lo que me dice es que sólo hay un futuro para mí si deseo mantener con vida a mis seres queridos y seguir viva yo misma: tendré que casarme con Peeta.

Everlark a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora