Los juegos del hambre XXIV

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📌 Capítulo 26

Escupo las bayas y me limpio la lengua con el borde de la camisa para asegurarme de que no quede nada. Peeta tira de mí hacia el lago, donde los dos nos enjuagamos la boca y nos abrazamos, sin fuerzas.

-¿No te has tragado ninguna? -le pregunto.

-¿Y tú? -responde él, sacudiendo la cabeza.

-Supongo que no, porque sigo viva.

Veo que mueve los labios para contestar, pero no lo oigo con el rugido de la multitud del Capitolio, que sale en directo por los altavoces.

El aerodeslizador aparece sobre nosotros y de él caen dos escaleras, sólo que no pienso soltar a Peeta, de ninguna manera. Lo rodeo con un brazo para ayudarlo a subir, y los dos ponemos un pie en el primer travesaño. La corriente eléctrica nos paraliza, de lo cual me alegro, porque no estoy segura de que Peeta pudiese quedarse colgado todo el viaje. Al subir estaba mirando hacia abajo, así que veo que, aunque nuestros músculos están inmóviles, nada corta el flujo de sangre de su pierna. Como cabía esperar, se desmaya en cuanto la puerta se cierra detrás de nosotros y la corriente eléctrica se detiene.

Todavía tengo agarrada la parte de atrás de su chaqueta con tanta fuerza que, cuando se lo llevan, se rompe, y me deja con un puñado de tela negra. Unos médicos vestidos con batas, máscaras y guantes blancos esterilizados ya están preparados para trabajar, para entrar en acción. Peeta está tan pálido y quieto sobre la mesa plateada, lleno de tubos y cables por todas partes, que, por un momento, olvido que hemos salido de los juegos y veo a los médicos como una amenaza más, otra manada de mutos diseñados para matarlo. Petrificada, me lanzo a salvarlo, pero me retienen y me empujan al interior de otro cuarto, con una puerta de cristal entre los dos. Nadie me hace caso, salvo un ayudante del Capitolio que aparece detrás de mí y me ofrece una bebida.

[...]

A través del cristal veo cómo los médicos trabajan sin parar en Peeta; fruncen el ceño, concentrados. Veo el flujo de líquidos que bombean por los tubos, y una pared llena de cuadrantes y luces que no significan nada para mí. No estoy segura, pero creo que se le para el corazón dos veces.

Es como estar en casa cuando traen a una persona destrozada sin remedio en el estallido de una mina, a una mujer en su tercer día de parto o a un niño malnutrido que lucha contra la neumonía; en esas ocasiones, mi madre y Prim suelen tener la misma expresión que los médicos. Ha llegado el momento de huir al bosque y esconderme entre los árboles hasta que el paciente haya desaparecido y, en otra parte de la Veta, los martillos se encarguen del ataúd. Sin embargo, estoy aquí, atrapada no sólo por las paredes del aerodeslizador, sino también por la misma fuerza que ata a los seres queridos de los moribundos. A menudo los he visto reunidos en torno a la mesa de nuestra cocina y he pensado: «¿Por qué no se van? ¿Por qué se quedan a mirar?».

Y ahora lo sé: porque no les queda otra alternativa.

[...]

Lo siguiente que sé es que hemos aterrizado en el tejado del Centro de Entrenamiento y que se llevan a Peeta, aunque a mí me dejan donde estoy. Me lanzo contra el cristal, chillando, y creo distinguir un atisbo de pelo rosa (tiene que ser Effie, Effie viene al rescate), cuando alguien me pincha por detrás con una aguja.

[...]

-¿Ha sobrevivido Peeta?

Ella asiente y, cuando me pone una cuchara en la mano, noto que me la aprieta como una amiga.

Supongo que, al fin y al cabo, no quería verme muerta. Y Peeta lo ha logrado; claro que lo ha logrado, con todo el equipo caro que tienen aquí. Sin embargo, no estaba segura hasta ahora.

[...]

Quiero salir de esta cama, ver a Peeta y Cinna, descubrir qué ha estado pasando. ¿Y por qué no? Me siento bien. Sin embargo, cuando empiezo a salir de la correa, noto que un líquido frío sale de uno de los tubos y se introduce por una de mis venas; pierdo la conciencia de forma casi inmediata.

[...]

Me visto en menos de un minuto y toqueteo la pared, donde sé que está la puerta aunque no la vea, hasta que, de repente, se abre. Salgo a un pasillo amplio y vacío que no parece tener más puertas. No obstante, debe de haberlas, y detrás de una de ellas tiene que estar Peeta. Ahora que estoy consciente y en movimiento, mi preocupación por él aumenta por segundos. Si no estuviera bien, la avox me lo habría dicho, pero necesito verlo por mí misma.

-¡Peeta! -lo llamo, ya que no hay nadie a quien preguntar.

[...]

Entonces veo que Portia no está y tengo un mal presentimiento.

-¿Dónde está Portia? ¿Con Peeta? Peeta está bien, ¿no? Quiero decir, que está vivo, ¿verdad?

-Está bien, pero quieren que os encontréis en directo durante la ceremonia -responde Haymitch.

-Ah, vale -respondo, y el horrible momento de temer que Peeta estuviese muerto se pasa de nuevo-. Supongo que es lo que yo querría ver.

[...]

-Escucha, tienes problemas. Se dice que el Capitolio está furioso por la manera en que los habéis dejado en ridículo en el estadio. Si hay algo que no soportan es que se rían de ellos, y ahora son el hazmerreír de Panem -me dice Haymitch.

Siento que el miedo me corre por las venas, pero me río como si me dijese algo encantador, porque no tengo nada que me oculte la boca.

-¿Y qué?

-Tu única defensa sería que estuvieses tan loca de amor que no fueses responsable de tus acciones. -Haymitch se aparta y me arregla la cinta del pelo-. ¿De acuerdo, preciosa?

Podría estar hablando de cualquier cosa.

-De acuerdo. ¿Se lo has dicho a Peeta?

-No hace falta. Él lo tiene claro.

-Pero ¿crees que yo no? --pregunto, aprovechando la oportunidad para enderezar la pajarita de color rojo intenso que Cinna debe de haberle obligado a llevar.

-¿Y desde cuándo importa lo que yo crea? Será mejor que ocupemos nuestros puestos. -Me conduce al círculo de metal-. Es tu noche, preciosa, disfrútala.

Me da un beso en la frente y desaparece en la penumbra.

[...]

Y Peeta... Peeta también sufrirá si la actuación no sale bien. Pero ¿qué ha respondido Haymitch cuando le he preguntado si se lo había explicado a Peeta, que tenía que fingir estar loco de amor por mí?

«No hace falta, él lo tiene claro.»

¿Tiene claro lo que está pasando, como siempre, y es muy consciente del peligro que corremos? ¿O... tiene claro que está loco de amor por mí? No lo sé, ni siquiera he empezado a ordenar lo que siento por Peeta, es demasiado complicado. No sé qué hice como parte de los juegos, qué hice por odio al Capitolio, qué hice para que lo vieran en el Distrito 12, qué hice porque era lo correcto y qué hice porque este chico me importa.

Son preguntas que debo resolver en casa, en la tranquilidad y el sosiego del bosque, cuando no me vea nadie, pero no aquí, con todos los ojos del país clavados en mí. Sin embargo, no disfrutaré de ese lujo durante vete a saber cuánto tiempo y, ahora mismo, la parte más peligrosa de los Juegos del Hambre está a punto de empezar.

Everlark a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora