En llamas XVI

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📌 Capítulo 18

Cuando paso al lado de Peeta, que se dirige a su entrevista, no me mira a los ojos. Me siento con precaución, aunque, aparte de las nubéculas de humo que suelto de vez en cuando, parezco ilesa, así que centro mi atención en él.

Caesar y Peeta forman un gran equipo desde que aparecieron juntos por primera vez hace un año. Su fácil sincronización de preguntas y respuestas cómicas, junto con la habilidad para pasar con fluidez a los momentos más emotivos, como cuando Peeta confesó su amor por mí, los han convertido en un éxito. Empiezan tranquilamente con unas cuantas bromas sobre fuegos, plumas y pollos chamuscados. Sin embargo, todos notan que Peeta está ausente, así que Caesar dirige la conversación directamente al asunto en mente de todos.

—Bueno, Peeta, ¿qué sentiste cuando, después de todo lo que has pasado, te enteraste del vasallaje?

—Me quedé conmocionado. Es decir, estaba contemplando a Katniss, tan bella con todos esos vestidos de novia y, de repente... —Peeta deja la frase en el aire.

—¿Te diste cuenta de que nunca habría boda? —pregunta Caesar con amabilidad.

Peeta guarda silencio durante un largo instante, como si estuviese decidiendo qué hacer. Mira al público, al que tiene hechizado, después al suelo y, por último, a Caesar.

—Caesar, ¿crees que todos los amigos que nos están viendo sabrán guardar un secreto?

El público deja escapar unas carcajadas incómodas, porque ¿qué quiere decir? ¿Guardar un secreto ante quién? Todo el mundo está mirando.

—Estoy bastante seguro —responde Caesar.

—Ya estamos casados —anuncia Peeta en voz baja. La multitud reacciona demostrando su estupefacción, y yo tengo que ocultar la cara en los pliegues de la falda para que no vean lo perpleja que estoy. ¿Adónde pretende ir a parar con esto?

—Pero... ¿cómo es posible? —pregunta Caesar.

—Oh, no es un matrimonio oficial, no fuimos al Edificio de Justicia ni nada de eso. Es que en el Distrito 12 tenemos un ritual de matrimonio. No sé cómo será en los otros distritos, pero nosotros hacemos una cosa —explica, y describe brevemente la ceremonia de brindarnos el pan tostado.

—¿Estaban allí vuestras familias?

—No, no se lo dijimos a nadie, ni siquiera a Haymitch. Y la madre de Katniss nunca lo habría aprobado, pero, ¿sabes?, si nos hubiésemos casado en el Capitolio no habríamos tenido brindis. Y ninguno de los dos queríamos seguir esperando, así que decidimos hacerlo sin más. Y, para nosotros, estamos más casados de lo que pudiéramos estarlo después de firmar un trozo de papel o montar una gran fiesta.

—Entonces, ¿esto fue antes del vasallaje?

—Claro que fue antes del vasallaje. Seguro que no lo habríamos decidido de haberlo sabido antes —responde Peeta, que empieza a enfadarse—. Sin embargo, ¿quién se lo podía imaginar? Nadie. Pasamos por los juegos, vencimos, todos parecían encantados de vernos juntos, y entonces, de buenas a primeras... Es decir, ¿cómo íbamos a esperarnos algo así?

—No podíais, Peeta —lo consuela Caesar, poniéndole un brazo sobre los hombros—. Como dices, nadie podía. No obstante, debo confesar que me alegro de que al menos tuvieseis unos cuantos meses de felicidad juntos.

Un enorme aplauso. Como si eso me diese ánimos, levanto la mirada de las plumas y dejo que la audiencia vea mi triste sonrisa de agradecimiento. El humo que queda de las plumas hace que me lloren los ojos, lo que le da un toque muy realista.

—Yo no me alegro —dice Peeta—. Ojalá hubiésemos esperado hasta la celebración oficial.

—Bueno, disfrutar de un tiempo, aunque breve, es mejor que no disfrutar de ninguno, ¿no? —pregunta Caesar, sorprendido.

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