📌 Capítulo 14
Sigo en la ventana hasta mucho después de que el bosque se trague mi hogar. Esta vez ni siquiera tengo la vaga esperanza de regresar. Antes de los primeros juegos le prometí a Prim que haría todo lo posible por ganar, y ahora me he jurado a mí misma que haré todo lo posible por mantener a Peeta con vida. Nunca haré el viaje de vuelta.
Ya había pensado las últimas palabras que dedicaría a mis seres queridos, la mejor forma de cerrar las puertas y dejarlos a todos tristes, pero a salvo al otro lado. El Capitolio me ha robado hasta eso.
—Les escribiremos cartas, Katniss —dice Peeta detrás de mí—. Así será mejor, les dará algo nuestro a lo que aferrarse. Haymitch se las hará llegar si... si hace falta.
[...]
Demasiado desconsolada para llorar, lo único que quiero es acurrucarme en la cama y dormir hasta que lleguemos al Capitolio mañana por la mañana. Sin embargo, tengo una misión; no, es más que una misión, es mi último deseo: mantener a Peeta con vida. Aunque parezca poco probable teniendo en cuenta la rabia del Capitolio, es importante que esté en plena forma, y eso no pasará si me quedo lamentándome por todas las personas de casa a las que quiero. «Vamos allá —me digo—. Despídete y olvídate de ellos.» Hago lo que puedo, los libero como si fuesen pájaros en una jaula cuya puerta vuelvo a cerrar para evitar que regresen.
[...]
Haymitch sale del compartimento sin decir palabra, y Effie, después de unos cuantos comentarios inconexos sobre los tributos, nos da las buenas noches. Me quedo sentada mirando cómo Peeta arranca las páginas de los vencedores no seleccionados.
—¿Por qué no duermes un poco? —me dice.
«Porque no puedo soportar las pesadillas, no sin ti», pienso. Estas noches serán horribles, pero no puedo pedirle que venga a dormir conmigo. Apenas nos hemos tocado desde la noche en que azotaron a Gale.
—¿Qué vas a hacer tú? —le pregunto.
—Revisar mis notas un rato. Así me haré una buena idea de a qué nos enfrentamos. Aunque tendré que repasarlo contigo por la mañana. Vete a la cama, Katniss.
Así que me voy a la cama y, efectivamente, al cabo de pocas horas me despierto de una pesadilla en la que la anciana del Distrito 4 se transforma en un roedor gigante y me mordisquea la cara. Sé que estaba gritando, pero no viene nadie, ni Peeta, ni uno de los ayudantes del Capitolio. Me pongo una bata para intentar librarme de la piel de gallina. Me resulta imposible quedarme en el compartimento, así que decido ir en busca de alguien que me prepare un té, un chocolate caliente o lo que sea. Quizá Haymitch siga levantado; seguro que no está dormido.
Le pido leche caliente a un ayudante, porque es la cosa más relajante que se me ocurre. Como oigo voces en la sala de la televisión, entro y me encuentro con Peeta, que tiene al lado de él, en el sofá, la caja que envió Effie con las cintas de los anteriores Juegos del Hambre. Reconozco el episodio en el que Brutus se proclamó vencedor.
Peeta se levanta y para el vídeo cuando me ve.
—¿No puedes dormir?
—No mucho —respondo. Me tapo más con la bata al recordar a la anciana que se transformaba en roedor.
—¿Quieres hablar de ello?
A veces hablar ayuda, pero sacudo la cabeza; me hace sentir débil que me atormente la gente contra la que todavía no he luchado.
Cuando Peeta extiende los brazos voy directa a ellos. Es la primera vez que me ofrece un gesto de cariño desde que anunciaron el Vasallaje de los Veinticinco. Hasta ahora se ha comportado como un entrenador muy exigente, siempre presionando, siempre insistiendo en que Haymitch y yo corramos más deprisa, comamos más y conozcamos mejor al enemigo. ¿Amante? Ni de lejos. Incluso dejó de fingir ser mi amigo. Le abrazo con fuerza el cuello antes de que pueda ordenarme que haga flexiones o algo parecido. Lo que en realidad hace es apretarme más contra él y esconder su cara en mi pelo. El punto en el que sus labios rozan mi cuello irradia calor, un calor que se extiende lentamente por el resto de mi cuerpo. Es una sensación tan agradable, tan increíblemente agradable, que sé que no seré la primera en soltarme.
¿Y por qué iba a hacerlo? Le he dicho adiós a Gale. No volveré a verlo, seguro. Nada de lo que haga puede hacerle daño, no lo verá, o pensará que estoy actuando para las cámaras. Eso, al menos, es un peso que me quito de encima.
La llegada del ayudante del Capitolio con la leche caliente es lo que nos separa. Deja en la mesa una bandeja con una jarra de cerámica humeante y dos tazones.
—He traído una taza de más —dice.
—Gracias —respondo.
—Y he añadido un poquito de miel a la leche, para que esté más dulce. Y un pellizco de especias —añade. Nos mira como si deseara decir algo más; después sacude ligeramente la cabeza y sale de la habitación.
—¿Qué le pasa? —pregunto.
—Creo que se siente mal por nosotros —dice Peeta.
—Ya —respondo, mientras sirvo la leche.
—Lo digo en serio. No creo que la gente del Capitolio esté muy contenta con la idea de que volvamos. Ni con que vuelvan los demás vencedores. Se encariñan con sus campeones.
—Supongo que lo superarán en cuanto empiece a correr la sangre —respondo, rotunda. Si hay algo para lo que de verdad no tengo tiempo es para preocuparme por cómo afectará el vasallaje al estado de ánimo de los habitantes del Capitolio—. Entonces, ¿estás viendo otra vez las cintas?
—La verdad es que no. Sólo voy pasándolas a saltos para ver las distintas técnicas de combate de cada uno.
—¿Quién toca ahora? —pregunto.
—Elige tú —responde él, acercándome la caja.
Las cintas están marcadas con el año de los juegos y el nombre del vencedor. Meto la mano y, de repente, encuentro una que no hemos visto. El año es el cincuenta, lo que significa que se trata del segundo Vasallaje de los Veinticinco. Y el nombre del vencedor es Haymitch Abernathy.
—Esta no la hemos visto —digo.
—No, sabía que Haymitch no quería, igual que nosotros no queríamos revivir nuestros juegos. Como estamos todos en el mismo equipo, me pareció que no importaba mucho.
—¿Está aquí la persona que ganó en el veinticinco?
—Creo que no. Fuera quien fuese, debe de haber muerto, y Effie sólo me envió los vencedores a los que podríamos tener que enfrentarnos. —Peeta sopesa la cinta de Haymitch en la mano—. ¿Por qué? ¿Crees que deberíamos verla?
—Es el único vasallaje que tenemos. Quizá descubramos algo importante sobre cómo funcionan —respondo, aunque me siento rara. Es como si invadiésemos la intimidad de Haymitch. No sé por qué, ya que todo es público, pero así me siento. Debo reconocer que también tengo muchísima curiosidad—. No tenemos por qué decírselo a Haymitch.
—Vale —acepta Peeta. Mete la cinta y yo me acurruco a su lado en el sofá con la leche, que está deliciosa con la miel y las especias, y me pierdo en el interior de los Quincuagésimos Juegos del Hambre.
[...]
Peeta apaga la cinta y guardamos silencio durante un rato. Al final, él dice:
—Ese campo de fuerza al fondo del barranco era como el del techo del Centro de Entrenamiento. El que te devolvía arriba si intentabas saltar para suicidarte. Haymitch encontró la forma de convertirlo en un arma.
—No sólo contra los demás tributos, sino también contra el Capitolio. No esperaban que eso sucediera, ya sabes. No estaba pensado para formar parte de la arena, no planearon que alguien lo usara de arma. Que él lo averiguase los hizo parecer estúpidos. Seguro que les costó explicarlo, y seguro que por eso no recuerdo haberlo visto en televisión. ¡Es casi tan malo como lo nuestro con las bayas!
No puedo evitar reírme, reírme de verdad por primera vez en meses. Peeta sacude la cabeza, como si me creyese loca... y quizá lo esté, un poco.
—Casi tan malo, pero no del todo —comenta Haymitch detrás de nosotros. Me vuelvo rápidamente, temiendo que se enfade por haber visto su cinta, pero él sonríe con ironía y le da un trago a una botella de vino. Se acabó la sobriedad. Aunque debería molestarme que vuelva a beber, me preocupa más otro sentimiento.
Me he pasado todas estas semanas conociendo a mis competidores, sin tan siquiera pensar en quiénes son mis compañeros de equipo. Ahora siento una nueva confianza porque creo que por fin sé quién es Haymitch. Y empiezo a saber quién soy yo. Y, sin duda, dos personas que han causado tantos problemas en el Capitolio son capaces de encontrar la forma de devolver a Peeta a casa con vida.
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Everlark a través de los libros
RandomRecopilación de los fragmentos de los libros de la saga de Los Juegos del Hambre [Suzanne Collins] donde se desarrolla la historia de Katniss Everdeen y Peeta Mellark.