En llamas VII

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📌 Capítulo 7

-Eso espero. -La temperatura en la casa parece haber bajado diez grados en cuestión de segundos-. Haymitch es el verdadero reto.

-¿Haymitch? -Gale deja las castañas-. ¿No le pedirás que venga con nosotros?

-Tengo que hacerlo, Gale, no puedo dejarlos a Peeta y a él, porque... -Su ceño fruncido me detiene-. ¿Qué?

-Lo siento, no me había dado cuenta de lo grande que iba a ser nuestro grupo -me suelta.

-Los torturarían hasta la muerte para intentar averiguar dónde estoy.

-¿Y qué pasa con la familia de Peeta? No vendrán. De hecho, seguramente se chivarían a la primera, y estoy seguro de que él es lo bastante listo para saberlo. ¿Y si decide quedarse?

-Pues se queda. -Intento sonar indiferente, pero se me quiebra la voz.

-¿Lo dejarías atrás?

-¿Para salvar a Prim y a mi madre? Sí -respondo-. Es decir, ¡no! Conseguiré que venga.

-¿Y a mí? ¿Me dejarías a mí? -La expresión de Gale se ha vuelto dura como la roca-. Si, por ejemplo, no pudiera convencer a mi madre para que arrastrase a tres niños pequeños por el bosque en invierno.

-Hazelle no se negará, lo entenderá.

-Supón que no lo entiende, Katniss. ¿Entonces qué?

-Entonces tendrías que obligarla, Gale. ¿Crees que me estoy inventando todo esto? -Yo también empiezo a subir la voz, enfadada.

-No. No lo sé. Quizá el presidente te esté manipulando. En fin, te está preparando una boda. Ya viste cómo reaccionó la multitud del Capitolio. No creo que pueda permitirse matarte, ni matar a Peeta. ¿Cómo va a salir de ésa? -pregunta Gale.

-¡Bueno, con un levantamiento en el Distrito 8 dudo que esté invirtiendo mucho tiempo en elegir mi tarta de boda! -le grito.

En cuanto lo digo, me arrepiento. Su efecto en Gale es inmediato: el rubor en las mejillas, el brillo en sus ojos grises...

-¿Hay un levantamiento en el 8? -me pregunta, con voz queda.

Intento retroceder, calmarlo igual que intenté calmar a los distritos.

-No sé si hay un levantamiento de verdad, sólo malestar. La gente en la calle...

-¿Qué has visto? -pregunta Gale, agarrándome por los hombros.

-¡Nada! Al menos en persona. He escuchado algo. -Como siempre, mis esfuerzos son escasos y tardíos. Me rindo y se lo cuento-. Vi algo en el televisor del alcalde que no debía haber visto. Había una turba, incendios, y los agentes de la paz disparaban a los ciudadanos, pero el pueblo se defendía... -Me muerdo el labio e intento seguir describiendo la escena. Al final acabo diciendo en voz alta las palabras que llevan tanto tiempo comiéndome por dentro-. Y es todo por mi culpa, Gale, por lo que hice en la arena. Si me hubiese suicidado con esas bayas, esto no habría pasado. Peeta habría vuelto a casa, habría vivido, y todos los demás seguirían estando a salvo.

[...]

Avanzo por el bosque arrastrando los pies y llego a mi antigua casa cuando todavía es de día. Mi conversación con Gale ha sido un revés obvio, pero estoy decidida a seguir con mi plan de escapar del Distrito 12. Voy a buscar a Peeta, ya que, como ha visto parte de lo que he visto yo en la gira, curiosamente quizá sea más fácil convencerlo a él que a Gale. Me encuentro con él a la salida de la Aldea de los Vencedores.

-¿Has estado de caza? -me pregunta. Por su expresión queda claro que no le parece buena idea.

-La verdad es que no. ¿Vas al pueblo?

-Sí, se supone que tengo que cenar con mi familia.

-Bueno, puedo acompañarte.

El camino desde la aldea a la plaza se usa poco, es un sitio seguro para hablar, aunque me cuesta pronunciar las palabras. Proponerle escapar a Gale ha sido un desastre. Me muerdo los labios agrietados y la plaza se acerca con cada paso que damos. Quizá sea mi última oportunidad en mucho tiempo, así que respiro hondo y lo dejo salir:

-Peeta, si te pidiera que huyeses del distrito conmigo, ¿lo harías?

Peeta me sujeta del brazo y me detiene; no necesita verme la cara para saber que hablo en serio.

-Depende de por qué me lo pidas.

-No convencí al presidente Snow. Hay un levantamiento en el Distrito 8. Tenemos que salir de aquí.

-¿Por «tenemos» te refieres sólo a nosotros dos? No. ¿Quién más vendría?

-Mi familia; la tuya, si quiere venir; Haymitch, quizá.

-¿Y Gale?

-No lo sé. Puede que tenga otros planes -respondo.

Peeta sacude la cabeza y esboza una sonrisa triste.

-Ya me imagino. Claro, Katniss, iré.

-¿Sí? -pregunto, con una chispa de esperanza.

-Sí, pero estoy convencido de que tú no.

-Entonces es que no me conoces -protesto, apartando el brazo-. Prepárate, podría ser en cualquier momento. -Sigo caminando y él me sigue dos pasos por detrás.

-Katniss -me llama, pero no me paro. Si cree que es una mala idea no quiero saberlo, porque es la única que tengo-. Katniss, espera. -Le doy una patada a un trozo de nieve helada y sucia del sendero, y dejo que me alcance. El polvo de carbón hace que todo parezca especialmente feo-. Iré, de verdad, si tú quieres. Sólo digo que sería mejor hablarlo primero con Haymitch, asegurarnos de que no empeoraríamos las cosas para todos. -Levanta la cabeza-. ¿Qué es eso?

Levanto la barbilla. Estaba tan absorta en mis preocupaciones que no me había dado cuenta del extraño ruido que salía de la plaza. Era un silbido, el sonido de un impacto, una multitud ahogando un grito.

-Vamos -dice Peeta, muy serio. No sé por qué, no consigo ubicar el ruido, ni siquiera imaginarme la situación. Sin embargo, es algo muy malo para él.

Cuando llegamos a la plaza, está claro que pasa algo, aunque hay demasiada gente para verlo. Peeta se sube a una caja que está apoyada en la pared de la tienda de golosinas y me da la mano mientras examina la plaza. Cuando estoy medio subida, de repente me impide seguir.

-Baja, ¡sal de aquí! -me susurra, aunque con mucha energía.

-¿Qué? -pregunto, intentando subir como sea.

-¡Vete a casa, Katniss! ¡Te juro que estaré allí en un minuto!

Sea lo que sea, debe de ser terrible. Me libro de su mano y empiezo a abrirme paso entre la multitud. La gente me ve, me reconoce y se asusta mucho; todos me empujan para que retroceda, susurran.

-Sal de aquí, chica.

-Lo vas a empeorar.

-¿Qué quieres? ¿Que lo maten?

Sin embargo, en estos momentos me late el corazón tan deprisa y con tanta fuerza que apenas los oigo. Sólo sé que, sea lo que sea lo que me espera en el centro de la plaza, tiene que ver conmigo. Cuando por fin consigo llegar al centro me doy cuenta de que estaba en lo cierto, de que Peeta estaba en lo cierto y de que aquellas voces también estaban en lo cierto.

Las muñecas de Gale están atadas a un poste de madera y el pavo silvestre que cazó antes está encima, clavado por el cuello al mismo poste. Han tirado al suelo su chaqueta y tiene la camisa hecha jirones. Él está de rodillas, inconsciente, sujeto tan sólo por las cuerdas de las muñecas. Lo que antes era su espalda, ahora es un trozo de carne despellejada y ensangrentada.

De pie a su lado hay un hombre al que no había visto nunca, aunque reconozco su uniforme: es el jefe de nuestros agentes de la paz. Sin embargo, no se trata del viejo Cray, sino de un hombre alto y musculoso con la raya del pantalón muy bien marcada.

No encajo todas las piezas del rompecabezas hasta ver que alza el látigo que tiene en la mano.

Everlark a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora