En llamas VIII

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📌 Capítulo 8

-Ha interrumpido el castigo de un delincuente confeso.

En este hombre todo apunta a una amenaza desconocida y peligrosa: su voz autoritaria, su extraño acento... ¿De dónde ha venido? ¿Del Distrito 11? ¿Del 3? ¿Del Capitolio?

-¡Me da igual que haya hecho estallar el maldito Edificio de Justicia! ¡Mírele la mejilla! ¿Cree que estará lista para las cámaras en una semana? -ladra Haymitch.

La voz del hombre sigue fría, pero detecto una ligera vacilación.

-No es mi problema.

-¿No? Bueno, pues lo va a ser, amigo. ¡Lo primero que haré cuando llegue a casa será llamar al Capitolio y averiguar quién le ha dado permiso para destrozarle la cara a mi preciosa vencedora!

-Es un cazador furtivo. Además, no es asunto de la chica.

-Es su primo -interviene Peeta, sujetándome por el otro brazo, aunque ahora con amabilidad-. Y ella es mi prometida. Así que, si quiere llegar hasta él, será mejor que esté dispuesto a pasar por encima de nosotros dos.

[...]

Con mucho cuidado, empieza a limpiar la carne mutilada de la espalda de Gale. Me dan arcadas, me siento impotente; la nieve derretida gotea por el guante y forma un charco en el suelo. Peeta me sienta en una silla y me pone un trapo lleno de nieve fresca en la mejilla.

[...]

-Sacadla -dice mi madre. Haymitch y Peeta me tienen que sacar del cuarto literalmente en volandas, mientras yo le grito obscenidades. Me sujetan a la cama de uno de los dormitorios de invitados hasta que dejo de forcejear.

Allí tumbada, sollozando, con las lágrimas tratando de salirse por las rendijas de los ojos cerrados, oigo a Peeta susurrarle a Haymitch lo del presidente Snow y el levantamiento en el Distrito 8.

-Quiere que huyamos todos -dice, pero si Haymitch tiene una opinión al respecto, no se la da.

[...]

-¿Qué es eso? -pregunta Peeta.

-Es del Capitolio. Lo llaman morflina -responde mi madre.

-Ni siquiera sabía que Madge conociese a Gale -dice Peeta.

-Le vendíamos fresas -expliqué, casi enfadada. ¿Por qué estoy enfadada? No porque ella haya traído la medicina, eso está claro.

-Pues deben de gustarle mucho las fresas -comenta Haymitch.

Eso es lo que me fastidia, la insinuación de que hay algo entre Gale y Madge; y no me gusta.

-Es mi amiga -me limito a decir.

Como Gale se ha quedado dormido con el analgésico, todos parecemos desinflarnos. Prim nos obliga a comer un poco de estofado con pan; le ofrecemos una habitación a Hazelle, pero tiene que volver a casa con sus otros hijos. Aunque Haymitch y Peeta están dispuestos a quedarse, mi madre también los envía a su casa a dormir. Ella sabe que no tiene sentido intentar lo mismo conmigo, así que me deja en paz para que cuide de Gale mientras Prim y ella descansan.

[...]

Con razón gané los juegos; ninguna persona decente lo consigue.

«Salvaste a Peeta», pienso, aunque sin mucha convicción.

Sin embargo, hasta eso me lo cuestiono. Sabía perfectamente que mi vida en el Distrito 12 sería insoportable si dejaba morir a aquel chico.

Apoyo la cabeza en el borde de la mesa, odiándome con todas mis fuerzas. Desearía haber muerto en la arena; desearía que Seneca Crane me hubiese hecho volar en pedazos, como el presidente Snow dijo que debería haber hecho cuando saqué las bayas.

Las bayas. Me doy cuenta de que en aquel puñado de fruta venenosa se esconde la respuesta a quién soy. Si las saqué para salvar a Peeta porque sabía que me darían la espalda si volvía a casa sin él, la respuesta es que soy despreciable. Si las saqué porque lo amaba, sigo siendo egocéntrica, aunque tiene disculpa. Sin embargo, si las saqué para desafiar al Capitolio, significa que soy una persona que merece la pena. El problema es que no sé qué pensaba exactamente en aquellos momentos.

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