Los juegos del hambre IV

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📌 Capítulo 5

A pesar de la revelación de esta mañana sobre el carácter de Peeta, me alivia verlo aparecer vestido con un traje idéntico. Como es hijo de panadero y tal, debe de estar acostumbrado al fuego. Su estilista, Portia, y el resto de su equipo lo acompañan, y todos están de los nervios por la sensación que vamos a causar. Todos salvo Cinna, que acepta las felicitaciones como si estuviera algo cansado.

Nos llevan al nivel inferior del Centro de Renovación, que es, básicamente, un establo gigantesco. La ceremonia inaugural va a empezar y están subiendo a las parejas de tributos en unos carros tirados por grupos de cuatro caballos. Los nuestros son negro carbón, unos animales tan bien entrenados que ni siquiera necesitan un jinete que los guíe. Cinna y Portia nos conducen a nuestro carro y nos arreglan con cuidado la postura del cuerpo y la caída de las capas antes de apartarse para comentar algo entre ellos.

-¿Qué piensas? -le susurro a Peeta-. Del fuego, quiero decir.

-Te arrancaré la capa si tú me arrancas la mía -me responde, entre dientes.

-Trato hecho. -Quizá si logramos quitárnoslas lo bastante deprisa evitemos las peores quemaduras. Lo malo es que nos soltarán en el campo de batalla estemos como estemos-. Sé que le prometí a Haymitch que haría todo lo que nos dijeran, pero creo que no tuvo en cuenta este detalle.

-Por cierto, ¿dónde está? ¿No se supone que tiene que protegernos de este tipo de cosas?

-Con todo ese alcohol dentro, no creo que sea buena idea tenerlo cerca cuando ardamos.

De repente, los dos nos echamos a reír. Supongo que estamos tan nerviosos por los juegos y, más aún, tan aterrados por la posibilidad de acabar convertidos en antorchas humanas, que no actuamos de forma racional.

[...]

Cinna se baja del carro de un salto y tiene una última idea.

Nos grita algo que no oigo por culpa de la música, así que vuelve a gritar y gesticula.

-¿Qué dice? -le pregunto a Peeta. Por primera vez, lo miro y me doy cuenta de que, iluminado por las llamas falsas, está resplandeciente, y que yo también debo de estarlo.

-Creo que ha dicho que nos cojamos de la mano -responde.

Me coge la mano derecha con su izquierda, y los dos miramos a Cinna para confirmarlo. Él asiente y da su aprobación levantando el pulgar; es lo último que veo antes de entrar en la ciudad.

[...]

«Recuerda, la cabeza alta. Sonríe. ¡Te van a adorar!»

Oigo las palabras del estilista en mi cabeza, así que levanto más la barbilla, esbozo mi mejor sonrisa y saludo con la mano que tengo libre. Me alegra estar agarrada a Peeta para guardar el equilibrio, porque él es fuerte, sólido como una roca.

[...]

Hasta que entramos en el Círculo de la Ciudad no me doy cuenta de que debo de haber estado cortándole la circulación de la mano a Peeta, tan fuerte se la tenía cogida. Miro nuestros dedos entrelazados y aflojo un poco, pero él me vuelve a coger con fuerza.

-No, no me sueltes -dice, y la luz del fuego se refleja en sus ojos azules-. Por favor, puede que me caiga de esta cosa.

-Vale.

Así que seguimos cogidos, aunque no puedo evitar sentirme extraña por la forma en que Cinna nos ha unido. La verdad es que no es justo presentarnos como un equipo y después tirarnos en la arena para que nos matemos el uno al otro.

[...]

De repente me doy cuenta de que sigo pegada a Peeta y me obligo a abrir los dedos, agarrotados. Los dos nos masajeamos las manos.

-Gracias por sostenerme. No me sentía muy bien ahí arriba -dice Peeta.

-No lo parecía. Te juro que ni me he dado cuenta.

-Seguro que no le han prestado atención a nadie más que a ti. Deberías llevar llamas más a menudo, te sientan bien.

Después me ofrece una sonrisa de una dulzura tan genuina, con el toque justo de timidez, que hace que me sienta muy cerca de él.

Sin embargo, una alarma se me enciende en la cabeza: «No seas tan estúpida: Peeta planea matarte -me recuerdo-. Quiere que te confíes para convertirte en una presa fácil. Cuanto más te guste, más mortífero será».

Pero, como yo también sé jugar, me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla, justo en el moratón.

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